Aunque nos parezca difícil de creerlo, en 1923, las personas tenían que atravesar todo un laberinto para poder asomar la mirada al mar. Hace un siglo no había Carretera del Sol hacia Acapulco, ni coches rápidos, ni casetas.
Y es que en 1923 no había caminos como los conocemos ahora, los carros eran solo un producto de vanguardia para algunos y el Acapulco de entonces, que era el puerto más cercano a la Ciudad de México, aparecía en el imaginario colectivo como un paraíso lejano.
Una playa que solo podían conocer algunos afortunados que contaban con los recursos y el tiempo suficiente para cruzar un bosque, escalar una piedra y no marearse en las montañas.
Con esto en mente, nos dimos a la tarea de investigar no sólo cómo se cubría este tramo hace un siglo, sino por qué la Carretera del Sol, que siempre damos por sentada, fue una obra importantísima para nuestro país, ya que nos permitió ir al mar.
Acapulco antes de ser Acapulco
Cuando llegaron los españoles, Acapulco era el puerto que mantenía comunicado a nuestro país con el continente asiático, en particular con las Filipinas que también eran colonia ibérca. La ruta se llamaba Galeón de Manila- Acapulco y era la que permitía que diversas mercancías pudieran circular en el Océano Pacífico.
Y aunque la existencia de este destino fue esencial para el comercio, a inicios del siglo XX no había muchas maneras de llegar a él desde la Ciudad de México. En esos momentos, los recorridos se hacían a caballo o mula y uno podía tardar hasta 10 días en llegar.
Esto se debía a que durante el viaje había que hacer una buena cantidad de paradas estratégicas para descansar de los embates del camino. Había que cruzar ríos (el Blas y el Papagayo) y caminar sobre las montañas de la Sierra Madre Sur.
Acapulco en los primeros años
Para casi todos los presidentes y mandatorios de principio de siglo, abrir un camino entre la ciudad y Acapulco era necesario, no obstante existían tantos obstáculos entre los dos destinos que parecía una misión casi imposible. Porfirio Díaz trató de poner un tren, no pudo.
Luego pretendió que se construyera la Carretera Panamericana, que rodearía la bahía y abriría la oportunidad de abrir el puerto a los turistas, pero esto no sucedió porque en 1910 estalló la revolución y casi todo el mundo se volvió parte del conflicto armado.
Durante esos primeros años, Acapulco permaneció como un paraíso inhóspito e incomunicado. Solo recibía unos cuantos burgueses y algunos exploradores estrafalarios que conocían un terreno agreste, pero absolutamente hermoso por sus vistas del Pacífico.
Según una crónica de un viajero de la época, realizar esta travesía era casi como deambular por un bosque partido a la a la mitad.
El primer intento de carretera y los primeros vehículos sobre ruedas
No fue hasta que terminó la guerra, que se fundó la Comisión Nacional de Caminos en 1925. Lo primero que pidió el presidente Plutarco Elías Calles fue que se comenzara a hacer esta carretera. Estaba tan emocionado que incluso en los cines se pasaban cortos con los avances.
Tristemente, la depresión económica de 1929 detuvo una vez más la obra y lo que quedó para los viajeros fue un camino inestable. Algunas veces pavimentado con piedra y arena y otras cerrado, escondido en la naturaleza. No importaba que los coches ya se hubieran inventado, igual este viaje tomaba horas.
Con la llegada de los automóviles el viaje se podía completar en 48 horas. Había que detenerse en varios lugares para poder descansar y comer. Entre las paradas estaban Las Grutas de Cacahuamilpa, Morelos, Iguala y Chilpancingo.
Asimismo, en esta exploración, los conductores hacían una parada estratégica en Taxco, donde pasaban la noche y después se preparaban para conducir más de 12 horas, para llegar al puerto en la madrugada.
Por su parte, una vez que empezaron a salir camiones de pasajeros, el recorrido podía tardar poco más de un día y costaban más de $25.
En muchos tramos de la carretera sólo cabía un coche, por lo que eran normales las filas interminables. Además hubieron varios puentes que se cayeron, mataron gente y hubo que volverlos a edificar.
Cuando finalmente obtuvimos la famosa carretera
El responsable de pavimentar todo el camino entre México y Acapulco fue Lázaro Cárdenas. Para lograr esto, hubo un presupuesto de dos millones de pesos. En total la obra duró unos cinco años y conectó aproximadamente 300 kilómetros.
Como dato curioso, para lograr esto, tuvieron que hacer estallar una gran piedra que estaba a mitad del camino, muy cerca de Texcoco. El presidente tuvo que hacer una llamada desde el Castillo de Chapultepec para que pusieran dinamita y la roca estallara.
¿Cómo era Acapulco?
En las primeras décadas del siglo XX, el puerto no era la sombra de lo que es ahora. Había pocos hoteles y la ciudad no contaba con la infraestructura necesaria para recibir turistas. No obstante, las aguas del Pacífico era azules, limpias, casi paradisiacas porque la bahía le permitía a los viajeros nadar en el mar sin las grandes olas.
En 1940 llegaron poco mas de ocho mil turistas en coche. Esto marcó el inicio de la época de oro de Acapulco. En ese mismo año Orson Wells viajó a México para filmar La Dama de Shangai, la historia negra de un marinero envuelto en problemas, y en 1947 el puerto le sirvió de escenario a Emilio el Indio Fernández para grabar La perla, sobre unos pescadores que encuentran una joya en el fondo del mar.
Súbitamente el puerto perdió su virginidad. Llegó el drenaje, la luz, el agua potable y los primeros hoteles. Pronto los excombatientes de la Segunda Guerra lo tomaron como su lugar de descanso, a la par de Cuba y así se escribió la leyenda.
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