
La mañana de este lunes, con la ciudad de México bajo una inesperada lluvia, más de 23 millones de estudiantes de educación básica (preescolar, primaria y secundaria) iniciaron el ciclo escolar 2025-2026. A pesar de la emoción y los nervios característicos del regreso, muchos se encontraron con obstáculos desde el primer momento. La prisa, la lluvia y los estrictos códigos de vestimenta se convirtieron en los protagonistas de la jornada, marcando un inicio de clases lleno de desafíos. Las escenas de adolescentes corriendo para resguardarse del aguacero y padres de familia apurados para llegar a tiempo se repitieron en diversos puntos de la capital y sus alrededores.
Un ejemplo de los contratiempos se vivió con Julián, un estudiante de segundo de secundaria. Su madre, visiblemente frustrada, relató cómo la lluvia le impidió a su hijo ingresar a la escuela. «El uniforme debe ser el verde, de gala», lamentó la madre, explicando que el pants rojo de deportes de Julián no fue aceptado. Esta situación resalta la rigidez de las normativas escolares, que en ocasiones no consideran las circunstancias adversas. Para esta familia, el regreso a clases se convirtió en una odisea, obligándolos a regresar a casa en el Estado de México o a que el menor esperara en el lugar de trabajo de su madre, perdiendo así su primer día.
El Reto de la Disciplina y los Códigos de Vestimenta
En la secundaria diurna no. 1 Cesar A. Ruiz, en el Centro Histórico, la rigurosidad de las reglas fue evidente. Padres de familia y alumnos se refugiaron de la lluvia en los toldos de los locales cercanos, mientras esperaban en filas separadas por género para poder entrar. Las reglas no solo incluyen el uniforme, sino también el peinado y los accesorios. Un pequeño puesto de moños y listones se saturó de clientes, ya que, como comenta una madre, es parte de la «disciplina que pide la escuela». Esta exigencia, que busca una imagen presentable, a menudo significa un esfuerzo adicional para las familias.
La disciplina se extiende a detalles como el tipo de moños, trenzas y hasta el largo del cabello en los niños, lo que genera una presión adicional. Para algunas estudiantes, como Johana, los moños deben ser discretos, y hasta tuvo que mostrarlos en la entrada. Esta obsesión por los pequeños detalles de la apariencia física contrasta con los desafíos más grandes que enfrentan muchas familias, como las largas distancias que recorren para llevar a sus hijos a la escuela. El regreso a clases se transforma en una carrera contra el tiempo y las normas.
El bullicio y la congestión alrededor de las escuelas fue otra constante. La banqueta y la calle se llenaron de padres que esperaban la confirmación de que sus hijos habían entrado. La presencia de la policía, solicitando a los padres que se subieran a las banquetas para evitar accidentes y pidiendo que las motos no obstaculizaran el paso, muestra la necesidad de una mejor organización en las zonas escolares. Esta situación de caos se repite cada año durante la vuelta a clases, evidenciando la falta de soluciones permanentes para la logística del primer día.
Compromiso Familiar y la Distancia
A pesar de los obstáculos, la dedicación de las familias es innegable. Marisa, una comerciante que viaja desde el Toreo, mencionó que se siente más tranquila al tener a su hija cerca de su puesto, aunque ello implique salir con una hora de anticipación. Esta declaración subraya la importancia de la educación en la vida de las familias mexicanas. El inicio de clases no solo es un evento institucional, sino un compromiso personal y familiar que se asume con grandes sacrificios diarios, desde enfrentar el tráfico y las inclemencias del tiempo hasta cumplir con normativas estrictas.
El Futuro de la Educación y la Inclusión: Una Reflexión Necesaria
Más allá de los titulares sobre la vuelta a clases, este evento masivo pone de manifiesto una serie de desafíos estructurales en el sistema educativo mexicano. Si bien es loable la masiva incorporación de alumnos, es imperativo analizar si las condiciones bajo las cuales regresan son las óptimas. El incidente del niño que no pudo ingresar por su uniforme es un claro ejemplo de la falta de empatía y flexibilidad en un sistema que debería priorizar el aprendizaje por encima de las formalidades.
La rigidez de los códigos de vestimenta y la disciplina escolar, aunque con la intención de fomentar el orden, pueden resultar en una barrera para la inclusión y la comodidad de los estudiantes. Un enfoque más constructivo podría ser la implementación de normativas más flexibles que consideren las realidades socioeconómicas y climatológicas de las familias. La educación no solo debe centrarse en la transmisión de conocimientos, sino también en el desarrollo de la empatía y la resiliencia, habilidades que se fomentan cuando el sistema es capaz de adaptarse a las necesidades de los alumnos y sus familias. Es momento de replantear cómo hacemos que el regreso a clases sea un evento verdaderamente inclusivo y no una carrera de obstáculos.
