
Una nueva controversia fiscal se ha desatado con la propuesta de un impuesto especial del 8% que aplicaría a los “videojuegos violentos” dentro del Paquete Fiscal 2026. La medida, impulsada por el gobierno, busca oficialmente desincentivar el consumo de contenido que promueve la violencia. Sin embargo, esta iniciativa ha encontrado una fuerte crítica en la oposición, especialmente en la diputada Patricia Flores del Partido Acción Nacional (PAN).
La legisladora arremetió contra esta medida, señalando que el gravamen es una forma de culpar y estigmatizar a la comunidad gamer. Con la frase «¡Pobres gamers!», la diputada Flores cuestionó duramente la lógica detrás de la propuesta, argumentando que se está tachando a los aficionados a los videojuegos de ser «corresponsables de la violencia» social que se vive en el país, sin ofrecer soluciones reales.
La Crítica a la Ética y al Gamer
El centro de la crítica no es solo el monto del impuesto, sino el mensaje que envía el gobierno a millones de usuarios en el país. La diputada Patricia Flores subraya que el gravamen castiga una actividad de entretenimiento sin abordar las verdaderas raíces de la violencia, que son de carácter social y económico. Según la legisladora, culpar a los videojuegos es simplificar un problema complejo.
Además, la medida genera preocupación entre los minoristas y desarrolladores de videojuegos, ya que afectaría directamente sus ventas y encarecería el hobby para el consumidor. El impuesto del 8% se aplicaría sobre un sector que, además de ser una fuente de entretenimiento, ha crecido en México como una industria creativa y de desarrollo tecnológico.

Dinero sin Destino Claro: La Duda del Programa Social
Aunque el gobierno defiende el impuesto como una herramienta para «desincentivar» el consumo de juegos con contenido violento, la crítica más aguda se centra en la falta de un plan claro. La diputada Flores destaca que la recaudación generada por este gravamen no está vinculada de manera explícita ni a un programa para la prevención de la violencia ni a iniciativas para mejorar la salud mental.
Sin un destino específico para los fondos, el impuesto parece tener un objetivo meramente recaudatorio, disfrazado bajo una preocupación por la seguridad y la salud. Este gravamen especial es cuestionado porque, si su fin es reducir la violencia, el dinero debería invertirse directamente en programas educativos o terapias, y no solo engrosar las arcas generales del gobierno.