Por Daniel Zovatto para RADAR LATAM 360
El pasado 28 de julio, Venezuela se sumió en una de las jornadas más sombrías de su historia política reciente. Lo que debía ser una elección presidencial que definiera el futuro del país, terminó convertido en lo que la oposición y numerosos organismos internacionales han catalogado como un “mega fraude“. Nicolás Maduro fue proclamado ganador por el Consejo Nacional Electoral (CNE) sin que se presentaran las actas electorales que respalden su triunfo, un acto que no solo socava la democracia, sino que perpetúa un régimen autoritario que ha sumido a Venezuela en una grave crisis política.
A dos meses de ese controvertido proceso electoral, las tensiones no han disminuido. El 28 de septiembre, bajo la dirección de María Corina Machado, la oposición venezolana convocó una nueva protesta bajo el nombre de “El Enjambre“, que movilizó a miles de ciudadanos tanto dentro como fuera de Venezuela. Los manifestantes, con pancartas en mano y el espíritu de resistencia en alto, exigieron lo que consideran la verdadera victoria de Edmundo González, el candidato de la oposición que se vio forzado al exilio en España debido a la creciente persecución política del régimen de Maduro.
La protesta, que recorrió ciudades como Caracas, Valencia y Mérida, así como varios países con comunidades venezolanas en el exilio, se enfocó en reclamar respeto a la voluntad popular y en denunciar el fallo del Tribunal Supremo de Justicia que ratificó a Maduro como ganador de las elecciones. Una vez más, los venezolanos alzaron su voz para exigir la verdad y justicia en un país donde las libertades democráticas están cada vez más restringidas.
Frente a estas demandas, el régimen de Maduro no ha mostrado signos de debilidad. Todo lo contrario. En un acto celebrado en La Guaira, el mandatario descalificó a los opositores llamándolos “cobardes” y sugirió que María Corina Machado estaba planeando su salida del país. Al mismo tiempo, Maduro intentó proyectar una imagen de estabilidad y crecimiento económico, asegurando que su gobierno ha logrado consolidar la paz después de los comicios, pese a la devastadora realidad económica y social que enfrentan los venezolanos.
Sin embargo, la pregunta que hoy se plantean tanto dentro como fuera de Venezuela es si la oposición ha perdido impulso. La brutal represión del régimen, el exilio de muchos de sus líderes y el temor a represalias han debilitado el músculo opositor. Además, la coyuntura internacional actual, marcada por tres grandes crisis -en especial los conflictos en Ucrania y Oriente Medio–, ha desviado parcialmente la atención global de la crisis venezolana, restándole visibilidad y apoyo.
El reto para la oposición venezolana es monumental. La gran incógnita es si será capaz de mantener la presión suficiente para forzar al régimen de Maduro a reconocer el triunfo de González y posibilitar una transición de poder antes del 10 de enero, fecha clave para un eventual cambio en la administración del país. No obstante, el tiempo corre, y cada día que pasa, la represión del régimen se vuelve más feroz, mientras que la comunidad internacional se ve atrapada en sus propias crisis y desafíos.
Venezuela atraviesa una encrucijada histórica. La lucha por la democracia continúa, pero si la comunidad internacional no redobla su apoyo y si la oposición no logra sostener el ímpetu necesario para enfrentar al régimen, el país corre el riesgo de sumirse aún más en el abismo del autoritarismo y la desesperanza. La libertad y la justicia en Venezuela dependen, ahora más que nunca, de la capacidad de resistencia de su pueblo y del eco que sus demandas encuentren en el escenario global.
Hoy más que nunca es imprescindible que no dejemos sola a Venezuela.
«La situación en Venezuela sigue igual de mal y no parece que vaya a cambiar pronto. Seguimos esperando a ver si alguien hace algo al respecto.»