
El colombiano Jorge Saray, un restaurantero de Choachí, emprendió una aventura humanitaria que lo llevó al epicentro de uno de los conflictos más sangrientos del mundo: la Franja de Gaza. Motivada por la grave crisis humanitaria y la hambruna que azota a la región, Saray decidió que no podía ser un simple espectador y se propuso llevar ayuda a quienes más lo necesitan. Ignorando los peligros y las dificultades burocráticas, este hombre viajero se coló entre la mercancía de un vehículo para poder entrar a la Franja y cumplir con su cometido, un acto de valentía y desesperación que demuestra la magnitud de su compromiso. Su aventura no fue un paseo, sino una odisea llena de obstáculos y riesgos, que lo dejó con traumas y heridas emocionales profundas.

El viaje de Saray a Gaza, descrito por él mismo como una experiencia traumática, fue un testimonio del horror que se vive a diario en la Franja. Durante diez días, presenció escenas de caos y desesperación, incluyendo la muerte de una niña que había conocido y la violencia de las pandillas que se apoderan de la comida. Las historias de pacientes con la «carne abierta» y la anarquía provocada por el hambre, lo dejaron «supremamente afectado». A pesar de la desolación que encontró, Saray logró entregar ayuda a cerca de 115 niños y 400 adultos, proporcionándoles alimentos y esperanza. Su viaje no solo fue una misión de ayuda, sino también una ventana a la cruda realidad de una crisis que parece no tener fin.
La odisea de un viaje imposible
El viaje de Jorge Saray para llegar a Gaza fue una verdadera odisea. Tras fallar en su intento de acreditarse con las embajadas, optó por una ruta mucho más peligrosa. Intentó comprar ayuda en El Cairo para trasladarla a la frontera de Rafah, pero las restricciones lo obligaron a cambiar de estrategia. Fue en El Arish, cerca de la frontera, donde tuvo que camuflarse entre la mercancía en un vehículo para evadir los estrictos controles. Los «facilitadores» locales, que operan en una red de contactos corruptos, le cobraron un precio altísimo por un trayecto de apenas 43 kilómetros. La travesía de Saray, llena de miedo, ráfagas de tiroteos y la constante amenaza de los bombardeos, pone en evidencia el peligro extremo al que se exponen quienes intentan llevar ayuda a la Franja.
Una vez dentro de Gaza, la travesía no se detuvo. El día a día de Saray fue un constante recordatorio de la crisis humanitaria. Los camiones de ayuda humanitaria, que permanecen estancados en la frontera, demuestran la ineficacia de los procesos de distribución y el impacto de los nuevos filtros impuestos por Israel. La odisea de estos camiones es un reflejo de la del propio Saray; los productos se dañan por la espera, la burocracia ralentiza la entrega, y la desesperación de la gente crea un ambiente de anarquía. A pesar de todo, Saray encontró pequeños momentos de alegría, como la iniciativa de las «bombas (globos) de la alegría» para los niños. Su aventura es un poderoso testimonio de la voluntad humana frente a la adversidad.
