
En mi opinión, Donald Trump está provocando un daño enorme a la credibilidad de Estados Unidos, generando una marcada pérdida de confianza en su rol como aliado confiable, tanto en el plano geopolítico como en el económico y comercial —incluyendo la confianza en el dólar y en los bonos del Tesoro—, cuyas consecuencias trascenderán con creces su eventual paso por la presidencia.
Si no emerge, en un plazo breve, una reacción contundente y clara que demuestre que Estados Unidos, como país y como nación, no comparte la suicida lógica de la “excepcionalidad trumpiana”, las repercusiones serán profundas y duraderas. Esa podría ser la verdadera y peligrosa herencia de Trump: una erosión sistémica de la confianza global en el liderazgo estadounidense.
En síntesis, a estas alturas, lo que está en juego no es solo la credibilidad de Trump como presidente, sino algo mucho más trascendental: la credibilidad de Estados Unidos como potencia líder, responsable y confiable del mundo occidental.
La “ciudad brillante en la colina” de la que hablaba Ronald Reagan hoy luce con luces cada vez más tenues. Y la razón principal no es externa, sino que proviene desde el interior mismo de esa ciudad… y de quien las elecciones han confiado por 4 años el rol de su principal custodio.
Es preocupante ver cómo la figura de Trump ha afectado la percepción de Estados Unidos en el mundo. La confianza es clave en las relaciones internacionales, y si un líder la socava, puede tener consecuencias graves. Es como si un amigo que siempre miente de repente quiere que le creas; es difícil.
Es preocupante ver cómo la figura de Trump ha afectado la percepción de Estados Unidos en el mundo. La confianza es clave en las relaciones internacionales, y si un líder la mina, todos perdemos. Es importante que los políticos entiendan que sus acciones tienen consecuencias más allá de sus fronteras.