
31 DE OCTUBRE DEL 2025 – INTERNACIONAL. Donald Trump, en su segundo mandato como presidente de Estados Unidos, ha marcado un notable giro en la política exterior de su país, pasando a darle una atención especial a Sudamérica. Este renovado interés se ha manifestado a través de acciones concretas y a menudo controvertidas, que van desde un inusual despliegue militar en el sur del Caribe hasta intervenciones económicas y políticas directas en la región. Por ejemplo, Trump ordenó una serie de bombardeos sin pruebas documentadas frente a las costas de Venezuela y Colombia contra embarcaciones que, según él, transportaban drogas. Este tipo de movimientos contrasta drásticamente con el relativo desinterés que la región experimentó por parte de las administraciones anteriores de EE.UU. en este siglo, que estaban ocupadas en conflictos globales o en el «giro hacia Asia».
Un Enfoque Transaccional y de Influencia
El interés de Trump en Sudamérica parece basarse en una política de recompensas y castigos, buscando alinear a los países de la región con su gobierno. Una muestra clara fue el inusual auxilio financiero de US$20.000 millones concedido al gobierno de Javier Milei en Argentina, justo antes de las elecciones legislativas. Trump manifestó que el éxito de Argentina podría ser un ejemplo a seguir para otros países en el continente, como Bolivia. Los expertos señalan que esta estrategia busca, por un lado, asegurar el acceso de Washington a recursos clave como minerales críticos y tierras raras, y por otro, establecer cadenas de suministro esenciales para su seguridad económica nacional. Este enfoque, calificado por algunos como transaccional y limitado, intenta revertir la influencia de potencias rivales en la región.
Este cambio de atención a Sudamérica está fuertemente influenciado por la competencia geopolítica con China, que se ha convertido en el principal socio comercial de la región, superando a EE.UU. La administración Trump ha trazado líneas rojas claras respecto a la relación de los países sudamericanos con Pekín, especialmente en áreas sensibles como la militar o la tecnológica. Al recibir a Milei en la Casa Blanca, Trump advirtió contra una excesiva colaboración con China. Este esfuerzo por restablecer a Sudamérica como una zona de influencia de EE.UU. se enfrenta a la complejidad de las fuertes relaciones comerciales que los países sudamericanos ya han establecido con el gigante asiático.
Además del factor económico y geopolítico, la ideología juega un papel significativo. Trump ha respaldado públicamente a líderes de línea ultraconservadora, como el ya mencionado Milei, a quien felicitó por su «seguidor incondicional de MAGA» (Volvamos América Grande de Nuevo, cambiando América por Argentina). Por otro lado, el gran despliegue militar en el Caribe, justificado oficialmente como una ofensiva contra el narcotráfico, es visto por muchos como un intento de intimidar y presionar a gobiernos izquierdistas, como el de Nicolás Maduro en Venezuela, a quien acusa de narcoterrorismo, algo que él niega. Este factor ideológico ha incrementado las tensiones con aliados históricos como Colombia, tras la imposición de sanciones al presidente Gustavo Petro por parte de EE.UU.

El aumento de la actividad diplomática y militar de EE.UU. en Sudamérica ha tenido un efecto colateral notable: el resurgimiento del debate sobre la Doctrina Monroe de 1823. Si bien algunos analistas como Alan McPherson, experto en las relaciones entre EE.UU. y América Latina, dudan de que Trump esté conscientemente buscando reinterpretar la vieja doctrina, sus acciones de «expandir la presencia de EE.UU. y actuar como un matón» resuenan con la mentalidad de dominio hemisférico que caracterizó a aquella época. La Doctrina Monroe original buscaba evitar la intervención europea en el continente americano bajo el lema «América para los americanos». En el contexto actual, las demostraciones de fuerza y la presión política-económica de Trump son percibidas como un intento de ejercer una influencia incontestable sobre la región, que, según McPherson, se convierte en un objetivo más fácil al no tener la capacidad de contraatacar el poderío estadounidense como sí lo tienen China o Rusia. Esta nueva dinámica está obligando a los gobiernos sudamericanos a reevaluar sus alianzas y estrategias.
 
			 
			









