
16 de Julio del 2025.- A sus 66 años, Rafael León es ejemplo de lo que significa vivir al día. Cada mañana, este vendedor ambulante inicia una caminata de más de diez kilómetros empujando un carrito lleno de paletas. Sale desde La Torcasita, al norte de Cancún, hasta llegar a Plaza Las Américas, donde espera vender lo suficiente para pagar renta, servicios y comida. Sin importar el calor, el tráfico o el dolor que le provoca el ácido úrico, Rafael recorre su ruta sin interrupciones. Su jornada puede extenderse hasta nueve horas, dependiendo de las condiciones físicas y del clima.
Originario de Chiapas y con más de 40 años viviendo en Cancún, Rafael ha hecho de la venta de paletas su modo de vida. Aunque ha tenido otros oficios, este es el que más le ha permitido mantenerse a flote. Su trayecto inicia a las 10 de la mañana, siempre a pie, ya que no puede costear el transporte público. Su carrito, cargado con paletas de nance, guayaba, arroz y uva, es empujado bajo el sol, entre calles deterioradas y sin sombra.
El esfuerzo de Rafael no solo es físico, también es emocional. Tiene seis nietos pequeños, a quienes intenta ver cuando el tiempo y las ventas se lo permiten. Vive con su esposa en un cuarto rentado por mil 700 pesos al mes, además de cubrir los servicios básicos. Su situación, sin acceso a servicios de salud adecuados ni un respaldo social sólido, refleja la vulnerabilidad en la que viven muchos trabajadores informales.

A pesar del dolor constante, especialmente en la pierna, Rafael asegura que caminar también lo ayuda a mantenerse activo. Esa dualidad entre el beneficio del ejercicio y el sufrimiento del padecimiento crónico lo acompaña en cada paso. Entre la ida y el regreso, calcula que invierte más de ocho horas diarias solo en el traslado. A las 4 o 5 de la tarde, suele estar en las inmediaciones de Plaza Las Américas, donde logra vender más, aunque hay días en los que apenas y saca para lo básico.
Uno de los mayores problemas que enfrenta es la falta de infraestructura urbana adecuada: banquetas rotas, calles sin sombra y una ciudad que no considera a los trabajadores como Rafael. No hay un programa que respalde a quienes, como él, tienen años de contribución informal a la economía local. No cuentan con seguro médico, pensión ni apoyo municipal. Dependen enteramente de lo que logren vender cada día.
Es importante mencionar que este caso no es aislado. Según datos del INEGI, en Quintana Roo más del 56% de la población ocupada trabaja en la informalidad, lo que significa que miles de personas como Rafael no tienen acceso a seguridad social, pensión ni prestaciones. Además, muchos de ellos son adultos mayores, lo que agrava aún más el panorama. En un estado turístico que genera millones, las historias como la de Rafael ponen en evidencia la falta de equidad en la distribución de los recursos y la necesidad urgente de políticas públicas incluyentes que atiendan la realidad de quienes trabajan fuera del sistema formal.