Cuando una urbe es tan grande y cambiante como la CDMX, algunos negocios, tiendas o inmuebles simplemente desaparecen y solo subsisten en nuestra memoria. Tal es el caso del Cine Lindavista, un asombroso recinto que fue el refugio de los capitalinos que amaban las películas.
Aunque ahora ya no queda rastro de lo que fue alguna vez este palacio cinematográfico, su esencia deambula por la memoria de todos los capitalinos que nacieron a mediados del siglo XX y sólo por eso vale la pena rendirle un pequeño homenaje.
Hacer una travesía desde sus primeros momentos hasta ese extraño instante, digno del absurdo de la Ciudad de México, en el que este cine se convirtió en una casa abandonada y luego en un templo religioso que nadie terminó de construir.
Este cine representa lo que ya no hay, un pasado melancólico que nos permitirá conocer ese pequeño instante en el que ir al cine era un verdadero lujo.
Cuando el Cine Lindavista era solo un cine
Ubicado la Colonia Tepeyac, entre Insurgentes Norte y la calle Montevideo, el Cine de Lindavista se inauguró en diciembre de 1942 con la misión de dar un foco de entretenimiento a un sitio un poco inadvertido de la capital, más cerca de la Villa que del Zócalo.
Desde los primeros días, la construcción llamó la atención de todos los capitalinos. Su fachada protagonizada por una gran torre hizo que los vecinos, capaces de ver la construcción desde muchas cuadras atrás, lo bautizaran como el Palacio de Lindavista.
En los primeros días el cine tenía más de 1500 butacas, el boleto costaba poco menos de dos pesos y muchos de los estrenos eran nacionales, películas del cine de oro de México.
El arquitecto del Palacio de Lindavista
Una de las claves para explicar el gran éxito que tuvo el cine era su fachada al estilo Hollywood de los años 30. Con una torre blanca a un costado de las taquillas y una glamurosa entrada que recordaba las grandes premieres de películas como Casablanca.
El responsable de esta pequeña obra de arte fue Charles Lee, un arquitecto de Chicago de además de trabajar con Frank Lloyd Wright, se dedicó a diseñar una multitud de teatros y cines en Estados Unidos, en particular en la costa este.
Entre sus grandes construcciones se encuentran el Fox Theatre o el Hollywood Melrose Hotel, dos edificaciones icónicas que representan el estilo clásico y sofisticado que imperaba en Los Ángeles durante el periodo de entreguerras.
Cuando el cine se volvió el castillo de Disney
En los años 70, el Cine Lindavista cambió de orientación y se volvió para los niños. La torre se transformó en un gran castillo parecido al del famoso parque de diversiones de Estados Unidos.
Desde ese momento toda la cartelera estaba dedicada a películas para los más pequeños.
Ahí se proyectaron los grandes éxitos de Disney de los 80 y los 90. La sirenita, La Bella y la Bestia, El Rey León y hasta Aladdín. También algunas joyas clásicas como Querida encogí a los niños o Pie pequeño en busca del valle encantado.
Además del palacio y las palomitas, una visita al Cine Lindavista significaba algo más que ver la película animada del año, era una gran aventura absoluta.
La sala podía ser lo ruidosa y caótica que el público quisiera y la salida estaba llena de puestitos en los que se podían comprar juguetes, posters y demás objetos alusivos al mundo de Disney.
Asimismo, como buen cine de los 80 este contaba con matines los fines de semana, permanencia voluntaria e intermedios para que los espectadores pudieran estirar las piernas.
El fin de una era, del castillo al abandono
A pesar de ser tan importante en el imaginario popular, el acelerado proceso de urbanización de la Ciudad de México y la llegada de los cines con múltiples salas y sonido asombroso hizo que este recinto de Lindavista quedara en el olvido.
Poco a poco, los espectadores fueron abandonándolo, hasta que el castillo se volvió un pequeño cine de barrio en el que imperaban las ratas y la extrema falta de mantenimiento. Fue así como en 1997 cerró sus puertas.
Durante varios años, el palacio de Lindavista fue ocupado por personas en situación de calle hasta que, durante el sexenio de Vicente Fox, se cedieron los terrenos a la iglesia, que quiso convertir el espacio en un templo dedicado a Juan Diego, a propósito de la santificación de Juan Pablo II.
No obstante, la construcción de la iglesia nunca terminó. Pusieron la primera piedra, instalaron una gran cruz de madera, pero nunca lo terminaron.
En la actualidad solo queda un terreno desamparado con una cruz en vez de un castillo y con muchos recuerdos de adultos que fueron niños ahí.
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