
Caso Ximena Pichel desata indignación por discriminación racial
En menos de 48 horas, la Ciudad de México fue escenario de dos momentos que reflejan la creciente tensión social por temas de racismo y gentrificación. El primero estalló el 25 de julio, cuando la modelo argentina Ximena Pichel fue confrontada por una multitud al salir de la Fiscalía capitalina. Esto, luego de que se viralizara un video donde lanza insultos racistas a un policía mexicano durante un altercado. Su actitud desató una ola de críticas en redes y medios, y al salir del recinto fue recibida con abucheos, pancartas y consignas.
Un día después, el 26 de julio, colectivos vecinales, organizaciones civiles y jóvenes activistas tomaron las calles para realizar la tercera marcha contra la gentrificación en la capital. Esta movilización busca visibilizar los efectos negativos del desplazamiento poblacional provocado por el encarecimiento de la vivienda y la presencia masiva de extranjeros con alto poder adquisitivo en colonias populares. Entre las principales quejas se encuentran el aumento de rentas, la desaparición del comercio local y el cambio drástico en la identidad barrial.
Tercera marcha contra la gentrificación evidencia crisis urbana en la capital
Ambos episodios están conectados por un punto en común: la sensación de que la Ciudad de México está perdiendo su esencia y que sus habitantes enfrentan formas de violencia —simbólica y económica— que rara vez son visibilizadas en el debate público. El caso de Pichel no solo fue un acto de discriminación individual, sino el símbolo de cómo ciertos sectores privilegian su presencia en la ciudad sin respetar las dinámicas locales. Y la marcha contra la gentrificación fue una respuesta colectiva a un fenómeno estructural que muchos ya viven como una forma de expulsión.
Expertos en urbanismo, sociólogos y defensores de derechos humanos han advertido sobre la necesidad urgente de regular el mercado inmobiliario y establecer límites claros al turismo de larga estancia. Mientras tanto, los casos como el de Ximena Pichel continúan alimentando el resentimiento entre residentes tradicionales y extranjeros que se instalan en zonas históricas sin adaptarse al contexto social.
El problema no es la diversidad, sino la desigualdad que genera. Mientras algunos viven en edificios remodelados, cafés boutique y espacios coworking, otros no pueden pagar la renta del lugar donde han vivido toda su vida. Y si a eso se suma la discriminación racial y clasista, como la que expresó Pichel, el caldo de cultivo para el conflicto social está más que listo.
Lo sucedido el 25 y 26 de julio debería encender las alarmas sobre el rumbo que está tomando la capital del país. No basta con sancionar a una influencer: se necesita un cambio profundo en cómo se planea la ciudad, se administra la diversidad y se protege a sus habitantes más vulnerables.