En 1930 llegó a nuestro país una eminencia rusa llamada Serguéi Eisenstein, para filmar un documental que registrara la esencia de esta nación a través de su pasado prehispánico y posrevolucionario, la obra se llamó ¡Qué Viva México! o en ruso Да здравствует Мексика!.
Se trata de una película que nunca vio su final, pero que retrata, desde la mirada inquisitiva y lejana de uno de los directores más importantes de la historia del cine, todos los Méxicos que coexisten en nuestro territorio.
Más que un largometraje en blanco y negro, este proyecto es un documento fantástico para viajar a los años 30.
Paisajes mexicanos en imágenes
Durante poco más de una hora, las imágenes tomadas por Eisenstein nos hacen viajar a los paisajes, la cultura, las costumbres ancestrales, los vestigios arqueológicos y las celebraciones a los santos de un país que ha cambiado mucho desde hace casi un siglo, pero que en esencia es el mismo; profundo y poético.
En ¡Qué Viva México! también vemos a las personas. Gente celebrando a sus muertos. Gente trepada en las pirámides. Gente inmersa en sus ritos religiosos, con cruces y dioses. Hombres con sombreros y armas que lucharon en la Revolución Mexicana y mujeres con velos que les cubren el pelo, cuya sombra va más allá del Sol.
La colección de postales es una obra de arte en sí misma y significa una cosa diferente para todos.
Para los mexicanos es un documento histórico de un valor innegable, para los rusos una oda a un país extraño donde hay calor todo el año y para Eisenstein fue el único sueño que no pudo cumplir, su gran tragedia creativa.
La importancia de Serguéi Eisenstein en la historia del cine
Aunque solo es conocido por los entusiastas del séptimo arte, este artista ruso fue el gran precursor del montaje. Un director que le dio al cine la posibilidad de crear su propio lenguaje. Serguéi se alejó de las primeras películas, casi teatrales, que se se hacían en su época y creó una narrativa vanguardista.
Para lograr esto, Eisenstein abandonó el concepto de tiempo real que hay en las puestas en esecena y acomodó las escenas filmadas en una cámara para que tuvieran un significado. Por ejemplo, puso en una secuencia una carne ensangrentada y en la siguiente el primer plano de una mujer gritando.
Esta yuxtaposición de elementos generó que el cerebro humano identificara la sangre y el terror como un todo y así se generara un nuevo significado, o sea una historia.
Las dos imágenes por sí solas no dicen nada, pero juntas crean una historia, esa fue la gran aportación del cineasta ruso.
¿Cómo llegó Serguéi Eisenstein a México?
Empecemos por decir que a Eisenstein siempre le llamó la atención la cultura mexicana. Una década antes de venir se fascinó con una colección de fotografías del Día de Muertos que vio en una revista alemana. Respecto a este momento, dijo
“La impresión se me clavó como una espina, como una enfermedad incurable. El irrefrenable deseo de conocer ese país que encuentra en la muerte una manera de divertirse”.
No obstante, no fue hasta que lo llamaron de Hollywood para filmar y luego lo corrieron por ser soviético, que el cineasta tuvo la idea de viajar a este país.
Cuando lo metieron en una lista negra, gracias al apoyo de Chaplin, Serguéi Eisenstein y sus dos amigos creativos de confianza abandonaron los Ángeles y viajaron México para hacer la que sería la película más importante de su carrera.
¿Qué vio Eisenstein en México?
Eisenstein llegó al país en Diciembre de 1930. Su primera impresión fue que México era no sólo totalmente diferente a Rusia, sino al mundo en general. Quedó impactado y dijo:
“En este lugar se pueden contemplar diferentes épocas históricas a solo kilómetros. Aquí hay desde ruinas prehispánicas hasta edificios modernos en la ciudad”.
Al llegar contó con un equipo de trabajo de dos personas, entre los que estaba la leyenda de la fotografía, Eduard Tisse.
Los tres rusos fueron presentados por la gran intelectualidad de nuestro país. Sus guías para recorrer el territorio fueron Diego Rivera, Frida Kahlo, Siqueiros y Orozco.
Los cineastas lo recorrieron todo, del norte al sur y del este al oeste. Se fueron por carretera, y pasaron meses en incansables exploraciones por un sitio agreste, totalmente lejano al que conocemos ahora.
Sin luz, grande, recién salido de la Revolución Mexicana, con los caminos estropeados y la naturaleza en cada rincón.
En su travesía contaron con la “ayuda” de Plutarco Elías Calles, que le permitió realizar el proyecto donde quisiera y cómo quisiera, con la única condición de no hablar mal del gobierno.
Durante su estancia en el país, el mismo presidente le encargó a varias personas que vigilaran el trabajo del artista.
El ruso que conoció mejor México que los mexicanos
Para grabar su película, Eisenstein pasó aproximadamente un año y medio en el país. Decidió que la mejor forma de conocerlo era visitar y ver todo lo que pudiera. Meterse en los pueblos, conocer a su gente, mirar las ofrendas, comer en las casas locales.
Se salió de las guías turísticas y sólo así pudo comprender que este sitio del planeta no se parecía a nada. Así comenzó a crear la película.
En principio se basó en tres momentos claves de la historia mexicana: el México antes de la Colonia, la Independencia y por supuesto la Revolución Mexicana.
Después escribió seis capítulos que conformarían este largometraje, a los que llamó: Prólogo, calavera, la sandunga, maguey, el milagro, la soldadera y un epílogo titulado México contemporáneo y el Día de Muertos.
Su intención era mostrarle al mundo la verdadera identidad de los pueblos, de las creencias, de la vida cotidiana.
Aquí no habría héroes al estilo yanqui, sino que los protagonistas serían todos los mexicanos.
¿Qué pasó con Qué viva México?
La película costó 25 mil dólares, que para la época era muchísimo. Desafortunadamente, el director dobló este presupuesto y el productor norteamericano que estaba financiando, la canceló. Por su parte Stalin acusó a Eisenstein de ser desertor del régimen y tuvo que volver a Rusia sin completar su sueño.
Desde la fría Moscú, Eisenstein trató que le mandaran las imágenes que capturó en México, pero tristemente, para él y para todos los mexicanos, esto nunca ocurrió.
Nunca pudo ver los filmes y según sus más cercanos, eso lo persiguió el resto de su vida.
Unos años más tarde, el productor terminó la película y la estrenó en 1933 con el nombre Truenos sobre México, que a su vez inspiró a una nueva generación de cineastas, entre ellos Gabriel Figueroa o el Indio Fernández. El recibimiento fue extraño y Upton Sinclair terminó por mandarle material al Museo de Arte Nueva York.
Entonces décadas después, el coodirector de la obra Grigori Vasilyevich pudo recuperar el material y en 1979, muchos años después de la muerte de Eisenstein, hizo el montaje que hubiera querido su amigo y lo llamo ¡Que viva México!
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Dicho todo lo anterior, aquí les dejamos esta asombrosa máquina del tiempo en forma de película. Una razón más para maravillarnos de este, el país en el que nos tocó nacer. El país que vieron nuestros bisabuelos.
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