
15 de Agosto 2025.- El Parque Nacional Corcovado, en la península de Osa, Costa Rica, es un verdadero santuario de vida silvestre. Con 424 kilómetros cuadrados de bosque tropical primario, alberga alrededor de 500 especies de árboles, 400 aves, 116 reptiles, 6.000 insectos y 140 mamíferos, incluyendo el tapir de Baird y el águila arpía, ambos en peligro de extinción. Este espacio, que representa aproximadamente el 2,5% de la biodiversidad mundial, es también un refugio para especies raras y emblemáticas, convirtiéndolo en un lugar único a nivel global.
Danny Herrera Badilla, guardabosques con experiencia en la jungla del parque, recuerda los peligros del lugar: “Los pecaríes barbiblancos son realmente peligrosos. Y culebras, arañas, escorpiones y cocodrilos abundan”. Su relato ilustra la vida salvaje intensa y diversa que hace de Corcovado un lugar de extremo valor ecológico, donde cada especie juega un papel crucial en mantener el equilibrio del ecosistema.
Ecoturismo controlado y desafíos
El parque celebra este año su 50 aniversario y es considerado un modelo de conservación en Centroamérica. Aunque Corcovado recibe alrededor de 50.000 visitantes al año, el acceso está estrictamente regulado: solo se permite entrar acompañado de un guía autorizado y existen tres senderos principales, incluido La Sirena, donde es posible pernoctar para observar la vida silvestre en las primeras horas del día. Sin embargo, recientemente se duplicó el límite de visitantes en La Sirena de 120 a 240 por día, lo que ha generado preocupación sobre el impacto del turismo en la reserva.
Ifigenia Garita Canet, bióloga y guía local, advierte: “No se hizo un estudio de impacto. En un lugar como Corcovado, cada decisión debe tomarse con cuidado”. La preocupación no solo se limita al aumento de visitantes; proyectos como la construcción de una carretera, la apertura de un hotel multinacional y la posible instalación de un aeropuerto internacional en Puerto Jiménez podrían poner en riesgo la integridad del ecosistema y los logros alcanzados en las últimas décadas.

Valor ecológico y cultural
Corcovado no solo es un espacio de conservación, sino también un centro de aprendizaje y cultura. Cada árbol, desde la ceiba centenaria hasta los higuerotes, sostiene su propio mini ecosistema, y muchas especies fuera del parque, como tapires, jaguares y pecaríes barbiblancos, se aventuran en áreas aledañas, lo que evidencia la importancia de mantener corredores ecológicos conectados. La Fundación Corcovado ha impulsado proyectos de turismo comunitario, educación ambiental y restauración del hábitat, protegiendo la biodiversidad y fortaleciendo la resiliencia de la comunidad local.
Riesgo y oportunidades del desarrollo sostenible
Aunque el ecoturismo genera beneficios económicos, la dependencia excesiva puede traer problemas, como ocurrió durante la pandemia, cuando la caída del turismo impulsó nuevamente prácticas como tala ilegal y extracción de oro. Helena Pita, de la Fundación Corcovado, enfatiza que “es importante promover la conservación mientras ayudamos a la población local a mejorar sus vidas”. La acción local, educación ambiental y turismo responsable son claves para garantizar que el desarrollo no comprometa la riqueza natural del parque.
Corcovado puede ser un ejemplo global de cómo equilibrar conservación, desarrollo y cultura. Su modelo demuestra que los parques nacionales no solo protegen especies, sino que también promueven educación, empleo sostenible y empoderamiento de comunidades indígenas y locales. El aprendizaje de Corcovado puede inspirar políticas internacionales para gestionar áreas protegidas de manera que la biodiversidad y el bienestar humano coexistan, ofreciendo una hoja de ruta para otros ecosistemas amenazados en el mundo.

Compromiso con el futuro