
Por: Rodrigo Aguilar Benignos, analista internacional y miembro del Consejo de Relaciones Exteriores de EE.UU.
Ana Paula Figueroa Arredondo, consultora en APCO Worldwide
En la nueva configuración del poder global, el Canal de Panamá ya no es solo una pieza clave del comercio internacional, es un territorio en disputa dentro de la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China. La audiencia reciente en el Senado de EE.UU dejó en claro que Washington ve a Panamá como un asunto de seguridad nacional, no solo como un corredor de comercio.
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha intensificado esta visión. Desde su primer mandato, la administración estadounidense ha visto con creciente preocupación el avance chino en la región, pero con Trump 2.0, la estrategia ha cambiado: ya no se trata solo de advertencias, sino de una ofensiva política y económica para recuperar influencia y contener a China. Panamá, históricamente neutral, está en el epicentro de esta confrontación.
China en el Canal: el punto de quiebre para EE.UU.
Desde hace más de una década, China ha construido una presencia significativa en Panamá. Empresas estatales chinas operan los principales puertos en ambos extremos del canal, han financiado proyectos de infraestructura y han introducido tecnología en sectores estratégicos, incluyendo sistemas de monitoreo y telecomunicaciones. Para Beijing, Panamá representa un nodo clave dentro de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), un corredor logístico que fortalece su control sobre los principales puntos de tránsito marítimo del mundo.
Sin embargo, lo que antes era visto como inversión extranjera, hoy es catalogado en Washington como un riesgo para la seguridad nacional. La preocupación no es solo económica, sino militar. La excomandante del Comando Sur, General Laura Richardson, ha advertido que China podría utilizar su infraestructura portuaria en Panamá para fines estratégicos en caso de un conflicto con EE.UU. En otras palabras, Washington teme que Pekín pueda militarizar el canal por la puerta trasera.
En este contexto, Trump ha dejado claro que su administración no permitirá que el canal siga bajo una creciente influencia china. Sus declaraciones en su discurso inaugural sobre “recuperar el canal” han provocado reacciones en todo el continente. Aunque algunos ven esto como una táctica de negociación extrema, lo cierto es que el canal ha regresado a la agenda de Washington como un punto crítico de la política exterior estadounidense.
Las repercusiones en América Latina han sido inmediatas. Mientras algunos gobiernos, como el de Brasil y México, han tomado distancia de la postura de Trump y reafirmado su compromiso con una política exterior soberana, otros países, como Ecuador y El Salvador, han mostrado mayor disposición a alinearse con Washington en cuestiones estratégicas. En el Caribe y Centroamérica, donde la influencia china ha crecido en la última década, la presión estadounidense sobre Panamá es vista con recelo, pues podría sentar un precedente de intervención económica disfrazada de intereses de seguridad. La región observa con cautela, consciente de que la disputa por el canal no es solo un conflicto entre dos superpotencias, sino un reflejo de las tensiones que podrían redefinir el equilibrio geopolítico en el hemisferio.
El presidente panameño José Raúl Mulino ha respondido con firmeza: “El canal pertenece a Panamá y no está en negociación”. Sin embargo, la presión de EE.UU. ya se está sintiendo. La administración panameña ha comenzado a tomar distancia de Pekín, auditando concesiones portuarias otorgadas a empresas chinas y cancelando acuerdos previos, como la construcción de una embajada china cerca del canal.
Panamá se encuentra en una posición difícil. La histórica neutralidad del canal está siendo erosionada por las dinámicas geopolíticas actuales. Mientras EE.UU. presiona para frenar la influencia china, Pekín sigue apostando por su presencia en la región. Pero a diferencia del siglo XX, Washington no necesita tropas para reafirmar su control: su verdadero poder está en la coerción económica y financiera. La administración Trump ya ha utilizado esta estrategia contra otros socios comerciales, como el reciente anuncio de aranceles del 25% a México y Canadá, dejando claro que la diplomacia estadounidense, bajo esta nueva era, se rige por la fuerza y el cálculo estratégico.
A medida que la relación entre EE.UU. y China se vuelve más tensa, el canal se transforma en algo más que una ruta de comercio: es un símbolo de la disputa por el dominio global. Y en ese tablero, Panamá ya no tiene el lujo de permanecer al margen.