Por Daniel Zovatto
La espiral de violencia que sacude Haití alcanzó niveles alarmantes el pasado fin de semana en Puerto Príncipe, dejando al descubierto una crisis humanitaria que ya no puede ser ignorada.
Un comando armado irrumpió en la zona costera de Wharf Jerémie, en la comuna de Cité Soleil, y desató una masacre que, según Naciones Unidas, dejó al menos 184 muertos, la mayoría ancianos. Este acto brutal fue una venganza del líder de una pandilla, Micanor Altès, quien acusó a un grupo de personas mayores de causar la enfermedad y muerte de su hijo a través de rituales vudú. La violencia continuó durante la semana, con nuevos ataques dirigidos contra vecinos acusados de hablar con la prensa.
La violencia en Haití no es un fenómeno nuevo, pero su normalización es parte del problema. Desde el magnicidio del presidente Jovenel Moïse en 2021, el país carece de un Gobierno funcional, mientras la corrupción, las luchas de poder y la miseria han acelerado el colapso institucional. Las pandillas han ocupado este vacío, imponiendo su dominio en vastos territorios y condenando a millones de haitianos a vivir bajo su yugo. Grupos como el liderado por el expolicía Jimmy “Barbecue” Cherizier han convertido la violencia en una herramienta cotidiana de control.
Ante esta crisis, tanto Naciones Unidas como el primer ministro de Haití —el cuarto en ocupar el cargo en 2024— han expresado su repudio. António Guterres, secretario general de la ONU, llamó a los países miembros a reforzar el apoyo a la misión internacional liderada por Kenia, que desde 2023 colabora con la debilitada policía haitiana. Sin embargo, esta iniciativa ha demostrado ser insuficiente. Con la atención global centrada en Oriente Próximo y Ucrania, la misión carece de los recursos necesarios para enfrentar el poder creciente del crimen organizado en Haití.
El futuro del país caribeño depende de una transición política que solo será posible si se logra desmantelar el dominio de las pandillas. Esto requiere una respuesta mucho más contundente de la comunidad internacional, incluida la aprobación de una fuerza de paz que ha sido bloqueada por Rusia y China en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Para frenar la violencia en Haití, es imprescindible sacarla del olvido y priorizar una solución integral. La comunidad internacional debe actuar con urgencia, porque cada día de inacción perpetúa el sufrimiento de millones de haitianos.