
3 de Agosto del 2025.- En Ohio, nació lo que la prensa ha llamado el “bebé más viejo del mundo”, un pequeño que vino al mundo a partir de un embrión que estuvo congelado durante más de 30 años. Lindsey y Tim Pierce, de 35 y 34 años, recibieron a su hijo Thaddeus Daniel el pasado sábado, después de una larga espera de siete años intentando convertirse en padres. Este nacimiento establece un récord mundial, superando al de unos gemelos que nacieron en 2022 a partir de embriones congelados en 1992.
Una historia que mezcla ciencia y esperanza
Lindsey declaró a la revista MIT Technology Review que la experiencia fue “como sacada de una película de ciencia ficción”. Y es que el embrión que dio vida a Thaddeus fue concebido por Linda Archerd en 1994, quien entonces tenía 31 años y decidió congelar cuatro embriones. Uno de ellos se convirtió en su hija, que hoy tiene 30 años, mientras que los otros tres permanecieron almacenados por décadas. Archerd nunca quiso deshacerse de ellos, ni donarlos para investigación, pues deseaba que llegaran a una familia con la que pudiera mantener un vínculo.
El camino hacia la adopción de embriones
Archerd mantuvo los embriones en almacenamiento durante años, pagando miles de dólares, hasta que decidió recurrir a Nightlight Christian Adoptions, una agencia cristiana que conecta a donantes con parejas que buscan adoptar embriones congelados. En este caso, la donante especificó sus preferencias: una pareja cristiana caucásica casada que viviera en Estados Unidos. Así fue como encontró a los Pierce, quienes se sometieron al procedimiento en la clínica Rejoice Fertility, en Tennessee.
Aunque el nacimiento de Thaddeus ha sido presentado como un récord, Lindsey y Tim aseguran que nunca fue su intención “batir marcas”, sino cumplir el sueño de ser padres. “Solo queríamos tener un bebé”, expresó Lindsey. Para Archerd, esta decisión también fue significativa, pues le permitía que el niño, aunque biológicamente hijo suyo y de su exesposo, pudiera crecer con una familia que compartiera sus valores, sin perder la conexión con la historia de su hermana biológica.
Este caso, además de ser un avance científico notable, reabre el debate sobre las implicaciones éticas y emocionales de la adopción de embriones. Organizaciones pro vida destacan que estos programas representan una oportunidad para “salvar vidas”, mientras que críticos advierten que aún falta regulación y transparencia en los procesos de selección y adopción. La pregunta sobre qué hacer con los millones de embriones congelados en el mundo sigue siendo un tema pendiente.