A continuación el texto completo del mensaje del Papa Francisco, que pronunció en la Plaza de San Pedro en el Vaticano por Navidad, al mediodía de hoy (hora local), antes de impartir la tradicional bendición Urbi et Orbi (a la ciudad y al mundo):
Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Navidad! Anoche se ha renovado el misterio que no cesa de asombrarnos y conmovernos: la Virgen María dio a luz a Jesús, el Hijo de Dios, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. Así lo encontraron los pastores de Belén, llenos de alegría, mientras los ángeles cantaban: “Gloria a Dios y paz a los hombres”. ¡Paz a los hombres!
Sí, este acontecimiento, ocurrido hace más de dos mil años, se renueva por obra del Espíritu Santo, el mismo Espíritu de amor y de vida que fecundó el seno de María y de su carne humana formó a Jesús. Y así hoy, en los afanes de nuestro tiempo, realmente se encarna de nuevo la Palabra eterna de salvación, que dice a cada hombre y a cada mujer; que dice al mundo entero este mensaje: Yo te amo, te perdono, vuelve a mí, la puerta de mi corazón está abierta para ti.
Hermanos y hermanas, la puerta del corazón de Dios está siempre abierta, regresemos a Él. Volvamos al corazón que nos ama y nos perdona. Dejémonos perdonar por Él, dejémonos reconciliar con Él. Dios perdona siempre, Dios perdona todo, dejémonos perdonar por Él.
Este es el significado de la Puerta Santa del Jubileo, que ayer por la noche abrí aquí en San Pedro: representa a Jesús, Puerta de salvación abierta a todos. Jesús es la Puerta que el Padre misericordioso ha abierto en medio del mundo, en medio de la historia, para que todos podamos volver a Él.
Todos somos como ovejas perdidas y tenemos necesidad de un Pastor y de una Puerta para regresar a la casa del Padre. Jesús es el Pastor, Jesús es la Puerta.
Hermanos y hermanas, no tengan miedo. La Puerta está abierta, abierta de par en par. No es necesario tocar a la puerta, está abierta. Vengan, dejémonos reconciliar con Dios, y entonces nos reconciliaremos con nosotros mismos y podremos reconciliarnos entre nosotros, incluso con nuestros enemigos.
La misericordia de Dios lo puede todo, desata todo nudo, abate todo muro que divide, la misericordia de Dios disipa el odio y el espíritu de venganza. Vengan, Jesús es la Puerta de la paz.
Con frecuencia nos detenemos en el umbral; no tenemos el valor para atravesarlo, porque nos interpela. Entrar por la Puerta requiere el sacrificio de dar un paso adelante, de dejar atrás contiendas y divisiones. Entrar por la puerta requiere un paso, un pequeño sacrificio: dar un paso para una cosa muy grande, requiere dar un paso para abandonarnos en los brazos abiertos del Niño que es el Príncipe de la paz.
En esta Navidad, inicio del Año jubilar, invito a todas las personas, a todos los pueblos y naciones a armarse de valor para cruzar la Puerta, a hacerse peregrinos de esperanza, a silenciar las armas, ¡hacer silenciar las armas! y superar las divisiones.
Que callen las armas en la martirizada Ucrania. Que se tenga la audacia de abrir la puerta a las negociaciones y a los gestos de diálogo y de encuentro, para llegar a una paz justa y duradera.
Que callen las armas en Oriente Medio. Con los ojos fijos en la cuna de Belén, dirijo mi pensamiento a las comunidades cristianas de Palestina e Israel, en particular a la querida comunidad de Gaza, donde la situación humanitaria es gravísima. Que cese el fuego, que se liberen los rehenes y se ayude a la población extenuada por el hambre y la guerra.
También soy cercano a la comunidad cristiana del Líbano, sobre todo del sur, y a la de Siria, en este momento tan delicado. Que se abran las puertas del diálogo y de la paz en toda la región, lacerada por el conflicto. Y quiero recordar aquí también al pueblo libio, animándolo a buscar soluciones que permitan la reconciliación nacional.
Que el nacimiento del Salvador traiga un tiempo de esperanza a las familias de miles de niños que están muriendo a causa de la epidemia de sarampión en la República Democrática del Congo, así como a las poblaciones del oriente de ese país y a las de Burkina Faso, de Malí, de Níger y de Mozambique.
La crisis humanitaria que las golpea está causada principalmente por conflictos armados y por la plaga del terrorismo y se agrava por los efectos devastadores del cambio climático, que provoca la pérdida de vidas humanas y el desplazamiento de millones de personas. Pienso también en las poblaciones de los países del Cuerno de África para los que imploro los dones de la paz, la concordia y la fraternidad.
Que callen las armas en Oriente Medio. Con los ojos fijos en la cuna de Belén, dirijo mi pensamiento a las comunidades cristianas de Palestina e Israel, en particular a la querida comunidad de Gaza, donde la situación humanitaria es gravísima. Que cese el fuego, que se liberen los rehenes y se ayude a la población extenuada por el hambre y la guerra.
También soy cercano a la comunidad cristiana del Líbano, sobre todo del sur, y a la de Siria, en este momento tan delicado. Que se abran las puertas del diálogo y de la paz en toda la región, lacerada por el conflicto. Y quiero recordar aquí también al pueblo libio, animándolo a buscar soluciones que permitan la reconciliación nacional.
Que el nacimiento del Salvador traiga un tiempo de esperanza a las familias de miles de niños que están muriendo a causa de la epidemia de sarampión en la República Democrática del Congo, así como a las poblaciones del oriente de ese país y a las de Burkina Faso, de Malí, de Níger y de Mozambique.
La crisis humanitaria que las golpea está causada principalmente por conflictos armados y por la plaga del terrorismo y se agrava por los efectos devastadores del cambio climático, que provoca la pérdida de vidas humanas y el desplazamiento de millones de personas. Pienso también en las poblaciones de los países del Cuerno de África para los que imploro los dones de la paz, la concordia y la fraternidad.
Jesús, el Verbo eterno de Dios hecho hombre, es la Puerta abierta de par en par que estamos invitados a pasar para redescubrir el sentido de nuestra existencia y la sacralidad de cada vida, toda vida es sagrada, y para recuperar los valores fundamentales de la familia humana.
Él nos espera en ese umbral. Nos espera a cada uno de nosotros, especialmente a los más frágiles. Espera a los niños, a todos los niños que sufren por la guerra y el hambre. Espera a los ancianos, obligados muchas veces a vivir en condiciones de soledad y abandono.
Espera a cuantos han perdido la propia casa o huyen de su tierra, tratando de encontrar un refugio seguro. Espera a cuantos han perdido o no encuentran trabajo. Espera a los encarcelados que, a pesar de todo, siguen siendo hijos de Dios. Espera a cuantos son perseguidos por su fe, que son muchos.
En este día de fiesta, que no falte nuestra gratitud hacia quien se esmera al máximo por el bien de manera silenciosa y fiel. Pienso en los padres, los educadores y los maestros, que tienen la gran responsabilidad de formar a las nuevas generaciones; pienso en el personal sanitario, en las fuerzas del orden, en cuantos llevan adelante obras de caridad, especialmente en los misioneros esparcidos por el mundo, que llevan luz y consuelo a tantas personas en dificultad. A todos ellos queremos decirles: ¡gracias, gracias!
Hermanos y hermanas, que el Jubileo sea la ocasión para perdonar las deudas, especialmente aquellas que gravan sobre los países más pobres. Cada uno de nosotros está llamado a perdonar las ofensas recibidas, porque el Hijo de Dios, que nació en la fría oscuridad de la noche, perdona todas nuestras ofensas. Él ha venido a curarnos y perdonarnos.
Peregrinos de esperanza, vayamos a su encuentro. Abrámosle las puertas de nuestro corazón, como Él nos ha abierto de par en par la puerta del suyo. A todos les deseo una serena y santa Navidad.
Mensaje de la CEM
También la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) compartió, para las familias de México, un mensaje de Navidad y Año Nuevo, que reproducimos a continuación:
Queridos hermanos y hermanas:
En esta Navidad que reúne a las familias de México alrededor del nacimiento de Jesús, queremos acercarnos a sus hogares con un mensaje de esperanza y cercanía. Como los pastores de Belén, también nosotros hemos escuchado la voz del ángel que nos dice: “No teman, les traigo una buena noticia, que causará gran alegría a todo el pueblo”.
Sabemos que este año ha sido particularmente difícil para muchos de ustedes. La violencia ha tocado nuestras comunidades y el dolor se ha hecho presente en tantos hogares mexicanos. Sin embargo, como nos dice el profeta Isaías, “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz”. Esta luz sigue brillando entre nosotros, es el Emmanuel, Dios con nosotros.
El nacimiento del Niño Jesús nos recuerda que Dios no nos abandona jamás. Al contrario, ha querido compartir nuestra vida, nuestras alegrías, nuestras tristezas. Como nos dice San Juan, “Y Aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros”. No vino con poder y riqueza, sino en la sencillez de un pesebre, para estar cerca de los más humildes.
La gracia y la verdad de Dios se ha manifestado en Jesucristo. Esta gracia la vemos hoy en tantos gestos de solidaridad entre vecinos, en el trabajo incansable de quienes construyen la paz, en la generosidad de quienes comparten con los más necesitados, en la valentía de quienes defiende la verdad y la justicia.
Jubileo de la Redención: peregrinos de la esperanza
Este 2025, año del Jubileo de la Redención, el Papa Francisco nos ha invitado a caminar como peregrinos de la esperanza; por ello los exhortamos a caminar juntos hacia los jubileos de 2031-2033, promoviendo las siguientes actitudes:
- Abrir nuestros corazones a la esperanza.
- Fortalecer nuestro caminar como Iglesia que escucha y acompaña.
- Construir puentes de diálogo donde hay división.
- Impulsar gestos de paz en nuestras familias y comunidades.
- Acompañar con amor a quienes más nos necesitan.
“Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que anuncia la paz”. Cada uno de nosotros puede ser ese mensajero que el profeta anuncia, llevando esperanza y consuelo a donde más se necesita.
El pesebre nos enseña que Dios elige caminos sencillos para manifestar su amor, y nos llama a caminar juntos, pastores y fieles, en la construcción de una Iglesia más participativa y misionera.
Unidos a toda Iglesia, y cobijados bajo el manto maternal de Santa María de Guadalupe, los invitamos a “cantar al Señor un canto nuevo”. Que esta Navidad renueve nuestra esperanza y nos impulse a seguir trabajando por un México más justo y fraterno, donde la paz no sea solo un deseo, sino una realidad que construimos día a día.
¡Feliz Navidad y un 2025 lleno de esperanza!
Que el Niño de Belén llene de paz y esperanza los hogares de todas las familias de México. Con nuestro abrazo paternal y bendición. Los Obispos de México, concluye el mensaje, firmado por los obispos Ramón Castro Castro y Héctor María Pérez Villarreal, presidente y secretario del CEM respectivamente.