En México tenemos una gran cantidad de leyendas muchas vienen desde épocas prehispánicas, de la colonia, de la Revolución, etc. Hablamos de historias de almas en pena que deambulan entre la realidad y la fantasía. Estas leyendas, aterradoras, forman parte del imaginario de la CDMX.
Estos mitos han pasado de una generación a otra gracias a la tradición oral y a la escrita.
A veces se modifican con el paso del tiempo, pero no pierden su aire tenebroso, ni si vigencia ya que sucedieron en las calles y en las esquinas en las que pasamos nuestra vida.
Las calles de la Ciudad de México cuentan sus leyendas de la noche. Sus fantasmas viven en las casonas, calles y callejones de la CDMX que hoy encontramos todavía y que invitan a ser visitados.
Las leyendas de las calles de México
La CDMX es una de las urbes más antiguas del continente americano. En ella vamos a encontrar leyendas llenas de misterio y de aparecidos por todas partes.
Entre las diferentes culturas prehispánicas abundan también los mitos. Seres descarnados que se levantan de la tumba, el presagio de muerte en el canto del tecolote y hechos sobrenaturales relacionados con la hechicería, el nagualismo y los elementos de la naturaleza.
Dicho lo anterior, aquí tenemos cuatro mitos y leyendas aterradoras de las calles de la CDMX que perduran a través del paso del tiempo.
El Rosario de las Ánimas del Purgatorio
La Parroquia de Santa Catarina Virgen y Mártir, ubicada en el barrio de La Lagunilla se construyó en 1568. Cuenta la leyenda que a ella acudía un sacerdote muy devoto que era apreciado por su gran caridad hacia los enfermos y los necesitados. De vez en cuando lo veían salir de su casa en plena noche para dirigirse a esta parroquia. Sus conocidos se preguntaban qué es lo que hacía a horas tan avanzadas y en una ocasión, dos de ellos decidieron esconderse en la iglesia antes de que cerrara.
A las 12 de la noche lo oyeron entrar al templo y subir al altar para oficiar misa. Se cuenta que cuando el sacerdote hablaba, había voces que le respondían y que sus dos amigos llegaron a ver gente fantasmal acomodada en las bancas. Al descubrir a sus conocidos, el sacerdote interrumpió la misa para encaminarlos a sus casas, pero los dos murieron a los pocos días por la impresión. Este sacerdote caritativo oficiaba misa a medianoche para las almas del purgatorio.
Un Visitante de Ultratumba en la Calle de La Amargura
En un caserón del Centro Histórico, en el número 10 de la primera calle de La Amargura, habitaba don Luis Gambino con algunos de sus familiares. Entre ellos estaba su hermana, la señora Dolores Gambino de Gil, la que, entre otras cosas practicaba el espiritismo. Una noche, a eso de la una de la madrugada, José Rosario, el hijo de don Luis, despertó y vio que un extraño resplandor llenaba la habitación donde dormía.
Primero creyó que era la luz de la luna, pero al recordar que en su cuarto no había ventanas, terminó por descubrir a una extraña figura envuelta en una sotana que lo vigilaba. Al encender un fósforo pudo ver el rostro de lo que parecía un anciano esquelético. José trató de levantarse pero este fraile misterioso lo tumbó con todo y el catre donde dormía. El muchacho quedó inconsciente.
Al oír el escándalo, toda la familia fue a ver lo que pasaba. El espíritu seguía ahí y todos quedaron aterrorizados. Sólo doña Dolores, la espiritista, se enfrentó serena a la aparición mirándole a los ojos. Al ver esto, los demás miembros de la familia trataron de sujetar al fraile, pero sus manos traspasaron su figura. El aparecido terminó por desvanecerse en el aire.
Según cuentan, la señora Dolores volvió a contactar al ánima en pena y él le reveló un secreto que ella no podía dar a conocer. Posiblemente la ubicación de un tesoro enterrado o la confesión de un crimen.
El callejón del Padre Lecuona
En las primeras décadas del siglo XIX, al padre Lanzas, conocido también como el padre “Lanchitas”, le gustaba reunirse con amigos y altos personajes de la época en tertulias nocturnas. En una ocasión, al dirigirse a una de estas reuniones, se encontró con una mujer que le rogaba que fuera a dar la extremaunción a un enfermo. Sin poder negarse, el padre Lanzas acudió a una casa en ruinas ubicada en el callejón del Padre Lecuona —hoy la calle de República de Nicaragua.
Ahí encontró a un hombre muy delgado y moribundo tumbado en un petate que le confesó sus pecados. Lo extraño es que hablaba de hechos que habían pasado hace ya mucho tiempo. El padre Lanzas quedó extrañado, pero le dio los santos óleos al enfermo.
Al otro día se da cuenta de que olvidó un pañuelo en esa casa y decide ir a recuperarlo. Al llegar al lugar se da cuenta de que está completamente abandonado y su puerta está clausurada. Las autoridades locales le dicen que nadie ha habitado ahí desde hace décadas y le abren la puerta. Ahí encuentra su pañuelo, entre nubes de polvo y telarañas.
Pachita la Alfajorera
Como su nombre lo dice, Pachita era una mujer que se dedicaba a preparar y vender alfajores, golosinas típicas de Argentina. Era conocida por sus malos modales y por dirigirse a la gente con majaderías. Cuando murió nadie lamentó su pérdida. Años después, en 1893 dicen que regresó de la muerte para molestar a Pablo Martínez, un humilde nevero que ahora vivía en los aposentos que había habitado la alfajorera, en el barrio de La Palma.
Esta extraña aparición llamó la atención de la ciudad entera. Incluso se publicó una nota en los periódicos y el ilustrador José Guadalupe Posada hizo un dibujo del suceso. El nevero trató de abandonar el lugar, pero Pachita siempre se lo impedía. Si dormía en otra parte, despertaba en el mismo cuarto. El espíritu chocarrero le tiraba los botes de nieve cuando ya estaban listos y le escondía los conos.
Él decía que el espectro era invisible, pero que tenía una gran fuerza física para hacer sus fechorías. Según dicen, tras varias semanas la policía se dedicó a investigar y descubrió que no se trataba de un fantasma, sino de tres individuos, enemigos del nevero, que le querían hacer la vida imposible. Ellos fueron detenidos y Pablo Martínez no quiso saber nunca más de Pachita la Alfajorera.
Mitos y leyendas no faltan
Y así, tenemos cientos de leyendas qué contar. La de Don Juan Manuel, que hizo un pacto con el diablo para saber con quién lo engañaba su esposa y a las once de la noche le preguntaba la hora a sus víctimas antes de asesinarlas, porque en ese momento pasaría el supuesto amante de su esposa, por ahí, en la calle de Uruguay según le había dicho el diablo. Don Juan Manuel fue castigado al ver su propio cuerpo metido en un ataúd que era cargado por una procesión misteriosa.
La Llorona, que pena por sus hijos a los que ella misma les dio muerte al descubrir la infidelidad de su esposo, pero que también se dice que era una anciana que se afligía en el el palacio de Moctezuma II, lamentándose por lo que sería de sus hijos —el pueblo mexica— tras la llegada de los españoles.
Todas estas leyendas las podemos encontrar recopiladas por autores como José María Roa Bárcena, Juan de Dios Peza, Luis González Obregón o Artemio De Valle Arizpe, entre otros. No hay que espantarnos si escuchamos ruidos raros o algún quejido al caminar en la noche por alguna calle de la CDMX.
Esta gran cantidad de leyendas aterradoras permanece en el imaginario de la CDMX y de todo México. Y no olvidemos que la celebración del Día de Muertos es toda una fiesta en nuestro país.
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