Por Daniel Zovatto
Cerrando este domingo con una reflexión personal sobre la semana intensa que hemos tenido a raíz de las inéditas elecciones norteamericanas del pasado 5 de noviembre en las que Donald Trump obtuvo una victoria contundente que lo lleva directo de regreso, a partir del 20 de enero, a la Casa Blanca para su segundo y último mandato en el que buscará dejar su legado.
El triunfo de Trump y el aumento de apoyo republicano, incluso en bastiones liberales, reflejan una ola de descontento y frustración que atraviesa no solo la democracia norteamericana sino también a las del mundo, incluida nuestra región.
La tendencia anti-incumbente se ve claramente en el deseo de los votantes de expulsar a los gobernantes actuales, sin importar el partido o género del candidato.
Los efectos de la pandemia, los altos impuestos, los recortes en servicios públicos, y el aumento constante de los precios han generado una era de “malhumor” generalizado, que además se intensifica por el rápido cambio cultural y el miedo a perder estabilidad.
Este contexto también es un terreno fértil para culpar al gobierno y a la inmigración, temas que resuenan especialmente en comunidades más conservadoras.
Consecuencia de todo ello, la narrativa anti-sistema se ha intensificado, y los votantes buscan líderes que prometan un cambio radical, rechazando a los incumbentes.
Además, la victoria de Trump demuestra cómo, una vez más (la tercera consecutiva desde 2016) los sondeos subestimaron su apoyo, reflejando las dificultades de predecir un electorado cada vez más volátil y desafiante para los métodos tradicionales de encuestas.