
El sur de Siria esconde una peculiar realidad que fusiona dos mundos aparentemente distantes. En la ciudad de Sweida, capital de la comunidad drusa, no es extraño escuchar el acento caribeño en sus calles ni encontrar locales donde se sirve arepa o se bebe malta. Este singular enclave, conocido popularmente como Venesweida o «la pequeña Venezuela», alberga una población de sirios con raíces venezolanas que, según estimaciones, representa el 20% del total. La historia de esta conexión cultural se remonta a la migración de los drusos a Venezuela a finales del siglo XIX, un éxodo que con el tiempo se invirtió, llevando a miles de venezolanos a buscar sus orígenes en la tierra de sus ancestros. Esta mezcla de culturas ha creado un ambiente único, donde se han adoptado costumbres venezolanas como la celebración del Día del Padre o del Niño, y se han recreado espacios emblemáticos como la «calle del hambre», famosa por su comida callejera.
Un puente entre dos realidades: Vínculos culturales y políticos
La relación entre Venezuela y Siria se ha fortalecido a lo largo de los años, con lazos que se intensificaron durante la presidencia de Hugo Chávez. El exmandatario visitó Sweida en 2009, inaugurando una calle con el nombre de Venezuela y promoviendo un centro cultural sirio-venezolano. Estos vínculos no solo se limitaron al ámbito político, sino que también se reflejaron en la sociedad, con miembros de la comunidad sirio-venezolana ocupando posiciones destacadas en el gobierno, como el exvicepresidente Tareck El Aissami. La conexión cultural es tan profunda que es común encontrar productos venezolanos en los mercados locales, como la popular harina de maíz para hacer arepas. A pesar de la distancia geográfica y las diferencias culturales, esta fusión ha permitido que ambas comunidades se mantengan unidas, creando una red de apoyo mutuo que ha sido fundamental en momentos de crisis.

La dura realidad de una doble crisis: Guerra en Siria y éxodo en Venezuela
Aunque la cultura y la gastronomía venezolanas han echado raíces en Sweida, la vida en esta ciudad no está exenta de desafíos. La reciente escalada de violencia en la provincia ha puesto a la comunidad venezolana en Siria en una situación de riesgo. Los enfrentamientos entre drusos y beduinos, sumados a los bombardeos israelíes, han generado un clima de terror que ha forzado a muchos a huir. Las historias de familias que han perdido todo o que han sido testigos de masacres son un recordatorio de la fragilidad de la paz en la región. Mientras tanto, en Venezuela, la crisis económica ha llevado a muchos a emigrar, y aquellos que alguna vez encontraron refugio en el país caribeño, ahora se ven obligados a regresar a una Siria en guerra.
Testimonios desgarradores de una comunidad atrapada entre dos fuegos revelan la cruda realidad que viven. Randa Dowiar, una venezolana de nacimiento residente en Siria, relata el asalto a su casa por parte de grupos armados, quienes robaron sus pertenencias y amenazaron a su familia. Su experiencia refleja el miedo y la impotencia que sienten muchos ante la violencia indiscriminada. Neisser Banout Radwan, otra ciudadana sirio-venezolana, describe con dolor cómo parte de su familia fue asesinada en una masacre. Ambas historias ilustran la angustia de una comunidad que se encuentra en un limbo, sin un lugar seguro donde sentirse plenamente en casa. El gobierno de Venezuela ha fletado vuelos para evacuar a sus nacionales, pero la situación migratoria y la burocracia han complicado la salida de muchas familias.
A pesar de las adversidades, la resiliencia de la comunidad es innegable. La identidad venezolana-drusa se fortalece en la adversidad, y la ayuda entre compatriotas se convierte en un salvavidas. Las familias que logran escapar, como la de Randa, planean regresar a Venezuela, llevando consigo no solo el recuerdo de la violencia, sino también la esperanza de un nuevo comienzo. El anhelo por una vida más segura se mezcla con el dolor de dejar atrás un lugar que, a pesar de todo, se ha convertido en una parte de su hogar.
Este fenómeno de migración de retorno y doble identidad es un reflejo de los complejos flujos de población a nivel global. En este caso, la historia de los migrantes venezolanos en Siria es un testimonio de la búsqueda constante de refugio y estabilidad en un mundo cada vez más volátil. Su historia nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del hogar, la identidad y la pertenencia en un mundo globalizado.
La comunidad drusa, a pesar de ser una minoría religiosa, ha jugado históricamente un papel significativo en la política siria. Durante el mandato de Hafez al Assad y su hijo Bashar al Assad, los drusos mantuvieron una relación compleja con el régimen, a menudo recibiendo cierto grado de autonomía a cambio de su lealtad, lo que les permitió prosperar y mantener sus tradiciones. Sin embargo, su neutralidad en el conflicto sirio, que comenzó en 2011, ha sido un desafío constante. A pesar de los intentos del gobierno y de los grupos rebeldes de atraerlos a su causa, la mayoría de los drusos se han negado a participar activamente, optando por defender su región y su identidad de manera independiente. Esta postura ha sido objeto de críticas y presiones, y el reciente despliegue de fuerzas gubernamentales y los enfrentamientos en Sweida sugieren que la paz y la autonomía de esta comunidad están bajo una amenaza creciente.
