
Millones de venezolanos y analistas se preguntan cuál es el plan de Donald Trump para Venezuela tras su regreso a la Casa Blanca. Si bien al principio de su segundo mandato se especuló con un enfoque más pragmático, buscando acuerdos para la repatriación de migrantes o la operación de petroleras, los acontecimientos recientes sugieren un retorno a la política de «máxima presión» y una escalada de las tensiones en el Caribe. El despliegue de una importante flotilla militar estadounidense, que incluye destructores de misiles guiados y cazas F-35, cerca de las costas venezolanas, bajo la justificación de una operación antidrogas para frenar el fentanilo y la cocaína, ha encendido las alarmas. El gobierno de Trump ya no ve al presidente Nicolás Maduro como un mero líder extranjero, sino como un «jefe del narcotráfico» y responsable directo de una amenaza a la seguridad nacional de EE.UU., vinculándolo a organizaciones criminales como el Tren de Aragua (TdA) y el Cartel de Los Soles.
El Nuevo Enfoque: Seguridad Nacional y la Amenaza Criminal
El cambio más significativo en la política de Trump hacia Venezuela es su reorientación de un asunto de política exterior a uno de seguridad nacional. Esta nueva perspectiva, según Carrie Filipetti, exsubsecretaria de Estado de EE.UU. para Venezuela y Cuba, es clave para entender la actual estrategia. La Casa Blanca responsabiliza directamente a Maduro por la muerte de estadounidenses, el narcotráfico y la inmigración ilegal con fines delictivos, argumentando que utiliza a grupos como el Tren de Aragua para llevar «drogas letales y violencia» al país. Esta visión justifica medidas más extremas y explica por qué EE.UU. se ha mostrado más activo en la región de lo que se esperaba. Aunque muchos expertos dudan del rol principal de Venezuela en el tráfico de fentanilo, el enfoque se centra en las muertes por sobredosis de cocaína y en la percepción de que Maduro ha «armado» la migración.

El aumento masivo de la migración venezolana a Estados Unidos y la supuesta presencia de miembros del Tren de Aragua se han convertido en los catalizadores de este enfoque. La banda criminal, que surgió en cárceles venezolanas y se expandió por varios países, fue designada como organización terrorista extranjera por el gobierno de Trump, basándose en la creencia de que Maduro ha promovido intencionalmente que miembros del TdA crucen la frontera para ejercer violencia. Si bien expertos como Daniel Brunner, exagente del FBI, han cuestionado que la llegada de miembros de la banda sea parte de un «plan maestro de expansión», la narrativa de la Casa Blanca no parece verse afectada. Elementos de inteligencia filtrados que indican que las agencias de espionaje no creen que Maduro controle las actividades del Tren de Aragua tampoco han moderado el discurso ni las acciones del gobierno, que ya ha realizado deportaciones masivas de venezolanos acusados de pertenecer a la banda.

Disposición a la Fuerza y la Desconfianza Hacia Caracas
Una de las novedades más preocupantes es la disposición de EE.UU. a considerar el uso de «ataques de precisión». A diferencia del primer mandato, donde la opción militar era desestimada, la actual administración no ha descartado realizar operaciones contra los carteles que operan «vía terrestre» en Venezuela, dejando abierta la posibilidad de que fuerzas estadounidenses ejecuten acciones dentro de territorio venezolano. El reciente despliegue de la flotilla en el Caribe y los ataques ejecutados en aguas internacionales contra lanchas rápidas que supuestamente transportaban drogas son señales de esta estrategia más agresiva. La experta Filipetti señala que estos ataques de precisión, inspirados en operaciones anteriores como la de Irán, buscan «garantizar una paz y una seguridad más amplias» y evitar que la violencia se apodere de la región. Esto representa un cambio total en las reglas de enfrentamiento y hace impredecible la respuesta de Trump, lo que podría estar buscando intimidar a Maduro.
Un factor adicional que explica la orientación actual de la política es la desconfianza de Trump hacia Maduro. A pesar de que el presidente ha dialogado con grandes adversarios como Kim Jong-un, los años de negociaciones fallidas con Caracas, tanto bajo su primer gobierno como con Biden, han convencido a la Casa Blanca de que Maduro no actúa de buena fe. Las concesiones hechas, como la liberación de familiares de la primera dama venezolana y de Alex Saab, nunca fueron correspondidas con gestos recíprocos hacia la oposición o los ciudadanos estadounidenses detenidos, lo que refuerza la idea de que la vía militar o de presión es la única estrategia viable. Además, la aparente tibia respuesta de Rusia y China, aliados de Maduro, ante operaciones estadounidenses en otros lugares, hace pensar a los analistas que harían muy poco por mantener al líder venezolano en el poder.
