
15 de Diciembre del 2025.- La historia de los Países Bajos guarda en sus archivos uno de los capítulos más oscuros y violentos en lo que respecta a la justicia penal de la antigüedad. Se trata de la brutal ejecución de Balthasar Gérard, un evento que siguió al asesinato del amado líder Guillermo I de Orange. La ira del pueblo y de los jueces fue tan grande que no se conformaron con la pena de muerte simple, sino que diseñaron un proceso destinado a causar el mayor sufrimiento físico posible. Este hecho histórico es recordado no solo por la muerte del príncipe, sino por la ferocidad con la que se castigó al culpable ante los ojos de todos.
Guillermo de Orange se había convertido en un problema muy serio para la corona española y para el rey Felipe II debido a su lucha por la libertad de su territorio. Al defender a los protestantes y buscar la independencia, se ganó el odio de la monarquía pero el amor incondicional de su gente, quienes lo veían como un padre de la patria. Este contexto político tan tenso fue el escenario perfecto para que un fanático religioso decidiera tomar cartas en el asunto, desencadenando los sucesos que llevarían a la terrible sentencia de Balthasar Gérard.
El crimen y la captura
El asesino, un católico devoto que admiraba profundamente al rey de España, logró engañar a Guillermo haciéndose pasar por un aliado necesitado de ayuda. Con el dinero que el propio príncipe le dio para comprar ropa, adquirió pistolas y balas para llevar a cabo su plan el 10 de julio de 1584. Tras dispararle a quemarropa en el pecho, intentó escapar corriendo, pero tropezó con unos escombros y fue capturado de inmediato. En ese momento comenzó el largo y doloroso camino hacia el final de Balthasar Gérard, quien nunca negó su crimen y se mostró orgulloso de lo que había hecho.
Antes de llegar al día final, los magistrados ordenaron someterlo a torturas inhumanas para sacarle información, aunque él ya había confesado sus motivos. Durante varios días, sufrió castigos espantosos, como colgarle pesas enormes de los dedos de los pies y ponerle zapatos de piel de perro que, al calentarse con fuego, se encogían triturando sus huesos. A pesar de todo este dolor previo a la muerte de Balthasar Gérard, los testigos afirmaron que el hombre permaneció en silencio, sin gritar ni pedir piedad, comportándose como si fuera un mártir en una misión divina.
Un castigo sin precedentes
La condena oficial detalló una serie de pasos macabros que los verdugos debían seguir al pie de la letra para satisfacer la sed de venganza del pueblo. Se decretó que le quemaran la mano derecha con un hierro hirviendo, que le arrancaran la carne con tenazas calientes en seis partes del cuerpo y que lo descuartizaran vivo. El 14 de julio, la multitud se reunió para presenciar el ajusticiamiento de Balthasar Gérard, quien subió al escenario con los pies destrozados pero con una calma que asustaba a los presentes, mirando los instrumentos de tortura sin mostrar miedo alguno.
Durante el acto final, el asesino soportó el olor de su propia carne quemada y el dolor de las tenazas sin emitir quejas, rezando oraciones en voz baja mientras lo mutilaban. La resistencia física y mental que mostró durante la tortura de Balthasar Gérard fue algo que los cronistas de la época destacaron con asombro, ya que nadie entendía cómo un ser humano podía aguantar tanto sin desmayarse. Finalmente, le sacaron el corazón para arrojárselo a la cara y lo decapitaron, poniendo fin a su agonía después de días de sufrimiento extremo.






