
Desde el otro lado de la frontera, la tradición del Día de Muertos sigue viva gracias a la fuerza cultural de los migrantes mexicanos. Aunque lejos de su tierra natal, muchos compatriotas trasladan la esencia de la festividad: altares, pan de muerto, ofrendas, fotografías y flores adornan sus hogares y comunidades en ciudades de Estados Unidos. Esta continuidad demuestra que el festejo no es sólo una costumbre, sino un arraigo emocional que acompaña la experiencia migrante.
A pesar de políticas migratorias más estrictas —como las impulsadas durante el mandato de Donald Trump— la celebración no se detiene. Migrantes y sus familias se reinventan: organizan eventos culturales, exhibiciones de ofrendas públicas e incluso desfiles en barrios latinos como un acto de identidad y resistencia. Sin embargo, en algunas localidades, el temor a redadas o controles migratorios condiciona la participación comunitaria.
En lugares como Long Beach, California, se decidió cancelar el tradicional desfile por “temores genuinos” de que la presencia pública pudiera exponer a miembros vulnerables de la comunidad. Aun así, otras ciudades la adoptan plenamente: en Times Square, Nueva York, se instalaron catrinas gigantes y altares entre finales de octubre y principios de noviembre para rendir homenaje tanto a los muertos como al legado migrante.
Asimismo, festivales como Spirit Season en San Antonio, Texas, celebran el Día de Muertos durante más de un mes con actividades que combinan arte, tradición popular y comercio. En barrios de Chicago y Los Ángeles, comunidades mexicanas dedican altares a más de cuatrocientos seres queridos, incluso mascotas, como una forma de decir “aún estás presente”.









