
6-Agosto-2025.-La tragedia del sumergible Titán sigue generando cuestionamientos sobre la seguridad y ética en las expediciones privadas a las profundidades del océano. En 2023, cinco personas murieron tras la implosión del vehículo durante un viaje hacia los restos del Titanic, pese a que años antes ya se habían emitido advertencias sobre el grave riesgo que representaba el equipo utilizado por la empresa Oceangate. Entre quienes advirtieron sobre el peligro estaba David Lochridge, exdirector de operaciones marinas de la compañía, que levantó la voz en 2018 y terminó despedido por hacerlo.
Un peligro que fue advertido
En declaraciones recientes, Lochridge afirmó que no le sorprendió el desenlace fatal: “Siempre tuve la esperanza de que no ocurriera lo que ocurrió. Pero sabía que si seguían por el mismo camino y con ese equipo deficiente, se produciría un incidente”. Sus palabras reflejan la frustración de alguien que, desde dentro, intentó prevenir una catástrofe. Según él, los responsables del sumergible Titán ignoraron las recomendaciones técnicas que podrían haber salvado vidas.
El informe que confirma las sospechas
La Guardia Costera de Estados Unidos (USCG) publicó el martes un informe que respalda estas advertencias. El documento concluye que la falta de protocolos rigurosos en seguridad, pruebas y mantenimiento por parte de Oceangate fue la causa principal del desastre. La implosión que acabó con la vida del propio director general, Stockton Rush, junto con las otras cuatro víctimas, pone en entredicho el manejo empresarial de los riesgos en este tipo de operaciones.
Más allá del informe, expertos en seguridad marítima señalan que los viajes a grandes profundidades requieren una supervisión estricta por parte de organismos internacionales. El caso del sumergible Titán demuestra que la innovación tecnológica, cuando se antepone a la seguridad, puede tener consecuencias mortales. Esta tragedia plantea la urgencia de establecer estándares globales para evitar que la exploración comercial del océano ponga en peligro vidas humanas.
Un punto que no se ha destacado lo suficiente es que el proyecto del Titán no solo tenía deficiencias técnicas, sino que además vendía una “experiencia exclusiva” a millonarios que buscaban aventuras extremas. Lochridge calificó esta estrategia como una “mentira vendida” a quienes confiaron en la empresa, señalando que el costo de cada asiento rondaba los 250 mil dólares, un precio que, en teoría, garantizaba seguridad, pero que terminó en tragedia.
La historia del sumergible Titán no solo es un relato sobre negligencia empresarial, sino un llamado a la reflexión sobre hasta dónde es ético comercializar experiencias de alto riesgo sin cumplir con los más estrictos estándares de seguridad. En el fondo, esta tragedia deja claro que el costo más alto lo pagan las víctimas, mientras las empresas buscan ganancias en terrenos donde la vida humana debería ser la prioridad absoluta.