
El 29 de agosto de 2005, el huracán Katrina se abatió sobre la costa sur de Estados Unidos, transformándose en la peor catástrofe natural registrada en la historia del país. Con vientos de más de 195 kilómetros por hora y lluvias torrenciales, el fenómeno afectó a los estados de Misisipi, Alabama y Florida, pero fue la ciudad de Nueva Orleans, en Luisiana, la que sufrió el impacto más devastador. La magnitud de la tragedia fue tal que, en cuestión de horas, la urbe estuvo a punto de desaparecer, con más del 80% de su territorio inundado.
El desastre dejó una huella imborrable en la nación. Según la Biblioteca Presidencial George W. Bush, el saldo oficial de víctimas ascendió a 1,833 personas. Más de un millón de residentes de la costa del golfo de México se vieron obligados a desplazarse, y muchos de ellos nunca regresaron a sus hogares. El impacto económico fue monumental, con daños valorados en más de 202 mil millones de dólares, lo que convierte a Katrina en el huracán más destructivo de la historia hasta la fecha, según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE.UU. (NOAA).
Expertos como Ivor van Heerden, cofundador del Centro de Huracanes de la Universidad Estatal de Luisiana, ya habían advertido sobre la posibilidad de un desastre de esta magnitud. Van Heerden, que había usado modelos computarizados para pronosticar el impacto de futuras tormentas, sabía que las condiciones estaban dadas. La temporada de huracanes de 2005 fue la más activa desde que se iniciaron los registros en 1851, una señal clara de la inusual actividad climática que contribuiría a la devastación del huracán.

Las Condiciones de la Tormenta y el Factor Humano en el Desastre
El huracán Katrina se formó a partir de una combinación de factores atmosféricos inusuales. Las altas temperaturas en la superficie del mar en el Atlántico tropical, muy por encima de los 27 °C necesarios para la formación de huracanes, le proporcionaron la energía necesaria para alcanzar la categoría 5. Además, un alto nivel de humedad y una baja cizalladura vertical del viento permitieron que la tormenta se mantuviera estable e intensa. Aunque al tocar tierra se degradó a categoría 3, su tamaño, el doble del huracán promedio en el Atlántico, fue clave para su poder destructivo. Sin embargo, como señaló el expresidente Barack Obama, lo que comenzó como un desastre natural, terminó convirtiéndose en un desastre provocado por el hombre.
El colapso de la red de diques de Nueva Orleans fue un factor determinante en la magnitud de la inundación. La ciudad, construida en gran parte por debajo del nivel del mar, dependía de este sistema de 214 kilómetros para protegerse. Sin embargo, la barrera no estaba completa en 2005 y no fue diseñada para resistir una tormenta de la fuerza de Katrina, rompiéndose en hasta 50 sitios distintos. A este fallo de infraestructura se sumó un desastre en la respuesta de las autoridades locales, cuya orden de evacuación, la primera en la historia de la ciudad, resultó ser un «completo fracaso». La falta de vehículos disponibles para evacuar a la población dejó a miles de personas hacinadas en refugios o atrapadas sin agua ni comida.
¿Es Posible un Nuevo Desastre a Gran Escala?
Aunque la NOAA mantiene una postura cautelosa sobre la conexión directa entre el cambio climático y la frecuencia de los huracanes, otros expertos como el ingeniero civil Ed Link aseguran que tormentas como Katrina no solo son posibles, sino que se volverán más habituales. La ciencia apunta a un mundo más cálido con más vapor de agua en la atmósfera, lo que podría generar precipitaciones más intensas, un factor clave en la destrucción de Katrina. El valor agregado en este punto es que, si bien Nueva Orleans ha invertido miles de millones de dólares en su nuevo y robusto sistema de defensa contra huracanes, la vulnerabilidad del país persiste en otros frentes. Experta en administración de emergencias como Samantha Montano advierte que la oficina federal FEMA enfrenta hoy desafíos similares a los de 2005, con la pérdida de funcionarios experimentados que podrían impedir una respuesta rápida y eficaz en caso de un nuevo desastre.
