
NUEVA YORK – El béisbol, como la vida, es un juego de momentos. Y para Francisco Lindor, ese momento de redención llegó justo cuando más lo necesitaba. Con el Citi Field como escenario y ante miles de fanáticos que aún confiaban en su talento, el torpedero puertorriqueño rompió la peor sequía ofensiva de su carrera y guió a los Mets de Nueva York a una victoria por 6‑3 sobre los Angels de Los Ángeles, sellando una contundente barrida de tres juegos.
Lo que parecía ser otra noche gris para Lindor terminó siendo un punto de inflexión. El estelar campocorto, quien arrastraba una racha de 31 turnos consecutivos sin conectar de hit, brilló con dos sencillos claves, anotó una carrera e impulsó dos más, dejando atrás la frustración y devolviéndole a su equipo una chispa vital.
La tensión era palpable. La racha sin imparables que comenzó el 12 de julio se había extendido durante ocho juegos. Cada turno era observado con lupa. ¿Seguiría fallando? ¿Lo bajarían en el orden al bate? ¿Estaba atravesando una crisis de confianza?
Pero todo cambió en la tercera entrada.
Después de que Pete Alonso encendiera al público con un cuadrangular de tres carreras, Lindor se plantó en la caja de bateo con una mirada distinta. Con un swing rápido y certero, disparó un sencillo al jardín derecho que remolcó una carrera y acabó de una vez por todas con la sombra que lo había seguido durante semanas.
“No se trata solo del hit, se trata del alivio”, comentó Lindor tras el juego, visiblemente emocionado. “A veces necesitas fallar para recordar cuánto amas este juego”.
Como si se hubiese quitado un peso de encima, volvió en la cuarta entrada con otro imparable productor, sellando una actuación de 2‑4 que no solo levantó su ánimo, sino también el del equipo entero.
Lindor fue la historia emocional del juego, pero el golpe de autoridad lo dio Pete Alonso. Con un potente swing, el inicialista sacó la bola del parque para su cuadrangular número 28 de la temporada, un batazo de tres carreras que fue clave en el despegue neoyorquino.
“Pete nos da una ventaja mental enorme cuando hace eso”, dijo el dirigente Carlos Mendoza. “Inspira al resto del lineup”.
Pero el triunfo también tuvo otra cara: el sólido retorno del zurdo Sean Manaea, quien venía de lidiar con molestias en el oblicuo y el codo. El veterano lanzó cinco entradas de control y temple, permitiendo solo una carrera, abanicando a cinco bateadores y luciendo como el as que los Mets necesitan para el tramo final de la temporada.
“Mantenernos en el juego temprano fue clave, y Sean lo hizo posible”, apuntó Lindor. “Nos dio la oportunidad de atacar”.
Y si algo ha sido una constante en esta montaña rusa de campaña para los Mets, ha sido la seguridad que ofrece Edwin “Sugar” Díaz desde el bullpen. El boricua se encargó de lanzar la séptima y última entrada (juego acortado por lluvia), asegurando su salvamento número 21 de la temporada y reafirmando que, cuando el juego está en la línea, hay pocas manos más confiables que las suyas.
“Siempre que me toca cerrar, pienso en representar a Puerto Rico con orgullo”, afirmó Díaz. “Hoy también lo hice por Lindor, que merecía una noche así”.
Francisco Lindor terminó la noche de 4‑2, rompiendo una racha que lo había colocado bajo fuerte escrutinio mediático.
Pete Alonso conectó su jonrón número 28, manteniéndose entre los líderes de la Liga Nacional.
Sean Manaea mejoró su efectividad a 3.76, en un regreso que podría ser clave para las aspiraciones de los Mets.
Mike Trout, por su parte, brilló para los Angels con un cuadrangular solitario —su 49° de la temporada— y alcanzó su impulsada número 999. Una marca personal importante, pero insuficiente para evitar la derrota.
Además de Lindor y Díaz, otros peloteros latinoamericanos dejaron su huella en el partido:
- Starling Marte (RD): 4‑2 con una anotada, aportando velocidad y contacto.
- Juan Soto (RD): aunque se fue de 4‑0, su presencia siguió generando respeto en el lineup.
- Luis Torrens (Venezuela): se fue de 4‑0, pero lució sólido detrás del plato.
Para los Mets, esta victoria no es solo un número más en la columna de triunfos. Es el símbolo de que aún en medio de las tormentas, hay figuras como Lindor dispuestas a reencontrarse con su mejor versión. Es una señal para sus rivales de que Nueva York sigue con vida, que no se han rendido y que tienen todas las piezas —de Díaz a Alonso, de Manaea a Marte— para construir una recta final imponente.