
14 DE JULIO-La pequeña ciudad de Tuam, al oeste de Irlanda, es hoy el epicentro de una tragedia infantil que ha conmocionado al mundo. Bajo una apacible parcela de césped junto a un parque infantil, yacen —según registros oficiales y testigos— los restos de cientos de bebés que murieron entre 1925 y 1961 en el hogar infantil St. Mary’s, una institución dirigida por monjas. Aquellas mujeres, en su mayoría jóvenes solteras expulsadas por sus familias, fueron obligadas a entregar a sus hijos, muchos de los cuales murieron sin atención adecuada y fueron enterrados sin identificación.
La historia, que permaneció sepultada por décadas, salió a la luz en 2014 gracias al trabajo de la historiadora aficionada Catherine Corless, quien documentó 796 muertes en St. Mary’s. Lo que encontró fue tan escandaloso como doloroso: una posible fosa común en un antiguo tanque de aguas residuales abandonado desde 1937. A pesar de las burlas y el escepticismo que enfrentó, su investigación fue confirmada por el gobierno irlandés en 2017. Los restos encontrados correspondían a niños de entre 35 semanas de gestación y tres años de edad.

A partir de este hallazgo, las autoridades irlandesas iniciaron una excavación formal que durará al menos dos años. El objetivo: recuperar y, si es posible, identificar a los niños enterrados. Es un proceso lento y meticuloso. Como explica Daniel MacSweeney, líder del equipo forense, el fémur de un bebé tiene el tamaño de un dedo adulto, lo que vuelve la tarea extremadamente compleja. Sin embargo, se trata de un paso necesario para ofrecer algo de justicia a las víctimas y sus familias.
El impacto de este caso va más allá del hallazgo físico. Revela cómo las instituciones religiosas, en complicidad con el Estado, crearon un sistema de marginación, violencia y abandono hacia mujeres y niños. Casos como el de PJ Haverty, quien vivió allí sus primeros seis años, ilustran el estigma duradero que sufrieron los sobrevivientes, tratados como “basura de la calle” incluso en la escuela. Testimonios como el de Mary Moriarty, quien cayó accidentalmente en el lugar donde yacían los restos y vio “bultos envueltos en telas negras” apilados hasta el techo, dan cuenta de la dimensión del horror.
Esta historia lo aporta la perspectiva comparativa con otras instituciones similares en Irlanda, como los llamados Magdalene Laundries y otros hogares para madres solteras. Un informe publicado en 2021 por el gobierno irlandés reconoció que unas 9,000 muertes de niños ocurrieron en este tipo de instituciones entre 1922 y 1998. La Comisión de Investigación señaló condiciones “crueles, negligentes y profundamente traumáticas”, muchas veces con la complicidad de la Iglesia Católica. Lo sucedido en Tuam no fue una excepción, sino parte de una red sistemática de abuso institucional.
Para personas como Anna Corrigan, quien descubrió que tenía dos hermanos que nacieron en St. Mary’s y de los cuales solo uno tiene un certificado de defunción, esta excavación representa algo más que justicia: es el reconocimiento de que los niños existieron, tuvieron nombre y merecen ser recordados. Las víctimas ya no están en el olvido, y aunque la reparación total es imposible, la verdad comienza, al fin, a salir a la superficie.
