29 OCTUBRE 2025-INTERNACIONAL-El futuro del Sáhara Occidental se mantiene incierto mientras políticos de la Casa Blanca evalúan su papel en la región. El conflicto entre Marruecos y Argelia, que se remonta a la retirada española en 1975, sigue sin resolverse y ha involucrado a grandes potencias con intereses estratégicos y energéticos, complicando la búsqueda de una solución pacífica.
Marruecos considera al Sáhara Occidental una extensión natural de su soberanía, basándose en antiguos lazos tribales, mientras Argelia apoya al Frente Polisario, que declaró la República Saharaui en 1976. Esta divergencia ha generado tensiones políticas y militares que perduran hasta hoy, con fronteras cerradas y rivalidades históricas que afectan la estabilidad del Magreb.
El especialista Nizar Makni describe la crisis como «una herida abierta en el cuerpo magrebí», destacando cómo las resoluciones ambiguas de la ONU y los intereses de terceros países han alimentado el conflicto, más allá de los reclamos territoriales, para incluir identidades políticas divergentes y la reivindicación de los saharauis.
Desde 1994, tras el atentado en Marrakech, la crisis se intensificó y la cooperación regional se deterioró. Francia y España han adoptado posturas favorables a Marruecos, mientras que Estados Unidos ha dado pasos significativos en la diplomacia regional, incluyendo el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental bajo la administración de Donald Trump en 2020.
Este reconocimiento se otorgó a cambio de la normalización de relaciones entre Marruecos e Israel mediante los Acuerdos de Abraham, lo que fortaleció diplomáticamente a Rabat pero no modificó la situación jurídica del territorio, que sigue siendo considerado «en disputa» por Naciones Unidas.
Argelia, por su parte, mantiene una posición estratégica de presión, reforzando alianzas con Rusia y China para equilibrar el poder en la región y preservar su influencia militar y política, evitando que Marruecos logre ventajas decisivas en el contencioso saharaui.
El conflicto ha afectado directamente a la Unión del Magreb, que dejó de ser un proyecto de integración regional para convertirse en un símbolo de tensiones no resueltas. Además, la disputa influye en la seguridad energética y las rutas marítimas del Atlántico, mostrando cómo un conflicto local puede tener repercusiones globales.
<
