16 DE SEPTIEMBRE DEL 2025 – INTERNACIONAL. En el corazón de Mineápolis, Estados Unidos, se encuentra un lugar que desafía la percepción humana: el laboratorio Orfield. Hogar de la cámara anecoica más silenciosa del planeta, este espacio ha sido reconocido por el Libro Guinness de los Récords por alcanzar un nivel de -13 decibelios, una medida tan baja que va más allá de lo que el oído humano puede percibir. Lejos de ser un santuario de paz, este silencio extremo se convierte en una experiencia tan intensa que la mayoría de los visitantes no logra soportarla por más de 45 minutos. Dentro de sus muros, la falta de ruido externo da paso a un silencio total que obliga al cerebro a crear sus propios sonidos.
Una vez que se cierra la pesada puerta metálica de la cámara, los ruidos del mundo exterior desaparecen por completo. En su lugar, los visitantes empiezan a escuchar los sonidos de su propio cuerpo: el latido del corazón resonando en sus oídos, el susurro del flujo sanguíneo y hasta el crujido de las articulaciones al moverse. Esta amplificación de los sonidos internos ocurre porque el cerebro humano, al no recibir estímulos externos, eleva al máximo su capacidad de escucha para detectar cualquier señal. Esta experiencia, aunque fascinante, puede llegar a ser profundamente inquietante, y es la razón por la que el tiempo promedio de permanencia es tan corto. El silencio absoluto es, para el cerebro, un entorno alienígena.

El cerebro en el silencio extremo
El silencio más profundo en la cámara anecoica no solo revela los sonidos internos del cuerpo, sino que también tiene efectos psicológicos profundos. Según el doctor Oliver Mason, un experto que ha estudiado estos ambientes, el cerebro humano, privado de estímulos sensoriales, comienza a generar «señales fantasma». Estas señales pueden manifestarse como ruidos inexistentes, destellos de luz e incluso alucinaciones visuales. La mente, hambrienta de información, busca patrones y estímulos donde no los hay. De este modo, este silencio extremo se convierte en una experiencia que pone a prueba la estabilidad psicológica de quienes se aventuran a entrar, demostrando que la mente humana está en constante búsqueda de estímulos para funcionar.
El origen de la privación sensorial
El concepto de estas cámaras nació en la década de 1940 durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos necesitaba probar altavoces militares sin alertar a la población civil. Fue entonces cuando científicos de Harvard diseñaron las primeras cámaras anecoicas utilizando cuñas de fibra de vidrio para absorber las ondas sonoras. Años después, Steven Orfield adquirió una de estas cámaras y la instaló en un estudio de grabación, creando una estructura de caja dentro de otra, con muros de hormigón que sellan la ausencia de ruido. Este diseño es el que permite que, incluso hoy en día, el lugar mantenga el récord de mayor silencio en el planeta.

A pesar de que el total silencio que ofrece la cámara ha sido objeto de fascinación popular y retos virales, su función principal es muy práctica y menos conocida. El laboratorio Orfield es utilizado por fabricantes de tecnología para medir la sonoridad de sus productos en un entorno controlado. Desde el zumbido de un compresor de refrigerador hasta el clic de un interruptor o el suave chirrido de una pantalla táctil, cada mínimo ruido se puede detectar y analizar. Esto permite a las empresas perfeccionar sus productos y reducir la «contaminación auditiva» que generan. Por ejemplo, los fabricantes de lavadoras o de automóviles silenciosos se benefician de estas pruebas para garantizar que sus productos cumplan con los más altos estándares de calidad.