8 DE SEPTIEMBRE DEL 2025- INTERNACIONAL. Vladivostok, una ciudad portuaria en el extremo oriental de Rusia, se encuentra a más de 6,000 kilómetros de la línea de frente en Ucrania, pero el conflicto ha dejado una marca indeleble en sus calles y en la vida de sus habitantes. A pesar de la distancia, las consecuencias de la guerra de Putin resuenan fuertemente en esta metrópolis. Soldados rusos heridos, como Dmitri Afanasyev, que perdió sus piernas en el combate, ahora practican hockey sobre hielo con prótesis en un intento por recuperar una vida normal, aunque el conflicto ha frustrado sus sueños de competir en los Juegos Paralímpicos.
El impacto de la guerra se manifiesta de manera palpable en los cementerios de la ciudad, donde hileras de tumbas de soldados caídos en la guerra se han convertido en un sombrío recordatorio del costo humano del conflicto. Cruces ortodoxas, estandartes militares y banderas rusas marcan cada tumba, mientras que un monumento a los «héroes de la Operación Militar Especial» honra a los que dieron su vida por la causa. La inscripción «Los soldados viven para siempre» contrasta con la realidad de las vidas truncadas y las familias en duelo.

La distancia y el sentimiento de la gente sobre la guerra
La percepción de la guerra en Vladivostok es variada y compleja. Mientras algunos, como Svetlana, expresan su preocupación y deseo de que el conflicto termine pronto, otros, como Ilya, afirman que la guerra no ha alterado significativamente su vida diaria. A pesar de esto, todos anhelan un futuro en el que Rusia se «reincorpore al espacio global». La desconexión emocional con el conflicto es una característica común, especialmente entre los jóvenes, que prefieren no hablar del tema por considerarlo algo que «está fuera de nuestras manos». La frase «No podemos hacer nada al respecto» encapsula la resignación y la sensación de impotencia que muchos sienten.
El contraste entre la apatía de algunos jóvenes y la ferviente defensa de la política de Putin por parte de otros, como el jubilado Viktor, ilustra la polarización social que genera la guerra. Viktor, un admirador del presidente ruso, critica a los medios occidentales y defiende las acciones del Kremlin, mientras que el joven músico Johnny London prefiere ignorar el conflicto. Estas posturas tan diferentes reflejan las divisiones ideológicas y generacionales en una sociedad que trata de lidiar con las repercusiones de un conflicto lejano.

El mural de Putin con un tigre siberiano en una de las carreteras de la ciudad, una obra de arte callejero aprobada oficialmente por las autoridades, simboliza el poder y el orgullo nacional que se intenta proyectar. Las palabras «El amanecer empieza aquí» adquieren un significado más profundo al combinarse con la imagen de un presidente que busca restaurar el poder de Rusia en el escenario mundial. Este tipo de propaganda oficial busca reforzar la narrativa del Kremlin y consolidar el apoyo popular a sus políticas.
La guerra ha transformado a Vladivostok en un microcosmos de las tensiones y contradicciones que definen a la Rusia actual. Desde los soldados en la guerra que regresan a casa con heridas de combate hasta los ciudadanos que debaten o ignoran el conflicto, la guerra ha permeado la vida cotidiana de una ciudad que, a pesar de su lejanía geográfica, no puede escapar a la influencia de un conflicto que está cambiando el orden mundial y alterando la vida de millones de personas. El futuro de Vladivostok, como el de toda Rusia, está intrínsecamente ligado al desenlace de la guerra.

La ciudad de Vladivostok fue fundada en 1860 como un puesto militar. Su nombre, que en ruso significa «gobernante del este», refleja su importancia estratégica como el principal puerto de Rusia en el Pacífico. Es el punto final del famoso ferrocarril Transiberiano y ha sido un centro vital para la flota naval rusa. Hoy en día, la ciudad sigue siendo un punto geopolítico crucial.