
31 OCTUBRE 2025-INTERNACIONAL-Por primera vez en décadas, el silencio de EE.UU. frente al proceso de ampliación de la Unión Europea ha llamado la atención de la comunidad internacional. Mientras el bloque europeo busca integrar a nuevos países de los Balcanes y del Este, la administración de Donald Trump se mantiene al margen, rompiendo con la tradición de apoyo que caracterizó a Washington desde la posguerra. Este distanciamiento podría alterar el equilibrio de poder y debilitar los lazos transatlánticos que por años impulsaron la estabilidad del continente.
Un cambio en la política tradicional estadounidense
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos fue un actor clave en la construcción europea, desde el Plan Marshall hasta la creación de la OTAN. El respaldo a la integración se entendía como una inversión en paz y prosperidad compartida. Sin embargo, la actual falta de interés de la Casa Blanca contrasta con décadas de apoyo bipartidista. Trump no muestra interés por la promoción de la democracia en Europa ni por mantener la cooperación multilateral.
La respuesta oficial del Departamento de Estado al respecto fue ambigua: “La adhesión a la UE es una decisión que deben tomar los países candidatos y los Estados miembros actuales”. Esa neutralidad, interpretada como indiferencia, representa un cambio de enfoque profundo. Según Nicholas Lokker, del Center for a New American Security, Trump ve a Europa solo desde un ángulo comercial y no estratégico, lo que marca una ruptura con la visión de sus antecesores.

El contraste con la administración de Joe Biden es evidente. En 2023, Washington calificó de “momento histórico” la apertura de negociaciones de adhesión con Ucrania y Moldavia, un gesto que reafirmaba su compromiso con la integración europea. Pero hoy, bajo Trump, no hay señales de ese entusiasmo. James Bindenagel, exembajador estadounidense, sostiene que el actual mandatario percibe cualquier fortalecimiento de Europa como una amenaza para el poder estadounidense.
Europa vista como competidor, no aliado
Trump ha redefinido la política exterior con una visión nacionalista centrada en “Estados Unidos primero”, privilegiando acuerdos bilaterales sobre los compromisos multilaterales. Para él, la Unión Europea representa más un rival económico que un socio político. Su aparente simpatía por líderes autoritarios, como Viktor Orbán o Robert Fico, refuerza la percepción de que su interés no radica en fortalecer la democracia europea, sino en consolidar alianzas pragmáticas.
El caso de Ucrania ha sido el único en despertar cierta atención, aunque de forma ambivalente. Si bien Trump reconoce la relevancia estratégica del país frente a Rusia, ha sido claro en su rechazo a su ingreso en la OTAN. Su silencio sobre la adhesión de Kiev a la UE ha sido interpretado como una postura calculada, más enfocada en evitar tensiones con Moscú que en promover la integración europea.

La ampliación de la Unión Europea podría tener implicaciones importantes para la estabilidad del continente. Incorporar a Ucrania y otras naciones del Este fortalecería la democracia regional y reduciría la influencia rusa. Sin embargo, sin el apoyo de Washington, ese proceso se vuelve más complejo. Lokker advierte que, mientras Europa busca consolidarse, la falta de liderazgo estadounidense podría abrir espacios para potencias rivales como China o Rusia en la región.
 
			 
			









