
14 DE JULIO-Torre Pacheco, un municipio agrícola del sureste de España, vive una de las peores crisis sociales de los últimos años tras una serie de disturbios xenófobos desatados por grupos de ultraderecha. La chispa fue la brutal agresión a un anciano del pueblo, un hecho sin resolver que fue usado por sectores radicales para lanzar una campaña de persecución contra migrantes norteafricanos, especialmente jóvenes, bajo el pretexto de impartir justicia.
La violencia ha sido organizada principalmente a través de redes sociales, donde canales como “Deport Them Now Spain” incitaron a la acción violenta con frases como “reunirlos con Alá” o “todos pagarán”. Estos discursos, reforzados por líderes de la ultraderecha, han calado en un sector que aprovecha cualquier incidente para alimentar un relato de “invasión” migratoria. Mientras tanto, la víctima del ataque, un hombre llamado Domingo, desmintió que los videos viralizados correspondieran a su caso.
La situación en barrios como San Antonio ha escalado hasta el punto de enfrentamientos directos entre jóvenes migrantes y grupos radicales armados con palos, piedras y barras de hierro. Aunque las autoridades han actuado con presencia policial y detenciones, el mensaje ha sido ambiguo: si bien el alcalde condenó la violencia, desde partidos como Vox se sigue culpando a la inmigración de todos los males del país, negando su responsabilidad en el clima de crispación que hoy se vive.

Uno de los aspectos menos abordados por las autoridades es la raíz del problema: el abandono institucional y el desarraigo de jóvenes migrantes de segunda generación. Muchos de ellos nacieron en España, pero ni se sienten plenamente españoles ni son aceptados como marroquíes. Sin acceso a oportunidades laborales estables ni una identidad clara, terminan en contextos de marginación, siendo vulnerables a conflictos, ya sea como víctimas o como responsables de hechos aislados que luego son amplificados.
El caso de Torre Pacheco recuerda al de El Ejido en el año 2000, donde también los disturbios comenzaron por un crimen individual y terminaron en linchamientos y ataques indiscriminados. La diferencia es que ahora, con las redes sociales y un discurso político más polarizado, el odio se expande más rápido y se organiza mejor. Urge que el Estado no solo condene la violencia, sino que también actúe con políticas inclusivas, apoyo educativo y alternativas reales para una juventud que, de no ser atendida, se convierte en blanco fácil para el resentimiento y la radicalización.
La comunidad musulmana local, con representantes como Nabil Moreno, ha pedido calma y convivencia, señalando que muchos migrantes han construido su vida en España, aportando al campo, a la economía local y al tejido social. Pero frente a discursos simplistas de “invasión”, esa realidad queda invisibilizada, y lo que se impone es el miedo. Mientras no se regule también la desinformación y los discursos de odio, Torre Pacheco podría ser solo el principio de una fractura social mucho más grave.
