
14 DE JULIO-En medio de una sequía sin precedentes, comunidades rurales de Chihuahua se han aferrado a la fe. Campesinos de San Francisco de Conchos se congregan para pedir lluvia, rezando frente a lo que antes era el lago Toronto, hoy convertido en un lecho seco y agrietado. La situación es tan crítica que la presa La Boquilla, el mayor embalse del estado, opera a menos del 14% de su capacidad. Mientras el calor alcanza los 42°C, la esperanza de lluvias es casi nula, pero la exigencia internacional crece.
La presión viene de Estados Unidos. El tratado bilateral de 1944 obliga a México a entregar 430 millones de metros cúbicos de agua al año desde el río Bravo. A cambio, EE.UU. envía casi cuatro veces más desde el río Colorado a ciudades mexicanas como Tijuana y Mexicali. Pero México está en deuda. De los aproximadamente 1.500 millones de metros cúbicos que debe, solo ha entregado una fracción. La reciente amenaza del expresidente Trump, desde su red Truth Social, de imponer aranceles y sanciones ha reavivado una tensión histórica que nunca ha sido del todo resuelta.
Aunque la presidenta Claudia Sheinbaum ha reconocido el incumplimiento, también ha insistido en mantener una vía de diálogo. El gobierno mexicano transfirió recientemente 75 millones de metros cúbicos como señal de buena voluntad, pero para agricultores como Brian Jones, en Texas, la situación es intolerable. Denuncia que México “acapara” agua, mientras él apenas puede sembrar la mitad de su terreno. Según Jones, el estado mexicano recibió suficiente agua en 2022 pero decidió no compartirla. La desconfianza crece.

Lo que pocos mencionan es que el problema no radica únicamente en la disponibilidad del agua, sino también en cómo se utiliza. En el valle del río Conchos, en Chihuahua, se siguen empleando métodos de riego por inundación que desperdician enormes cantidades. Cultivos como el nogal y la alfalfa, muy demandantes en agua, son regados con técnicas anticuadas. Jaime Ramírez, exalcalde local, ya implementó sistemas de aspersores que reducen el uso de agua hasta en un 60%, pero su adopción ha sido lenta por los costos iniciales.
Este punto debería ser central en cualquier renegociación del tratado: la eficiencia hídrica. Mientras Estados Unidos señala el despilfarro mexicano, también debe reconocer que el cambio climático ha alterado por completo el contexto en que se firmó el tratado. La población, la demanda agrícola y las sequías prolongadas no estaban previstas en 1944. Las condiciones han cambiado, pero el acuerdo no. Es urgente revisar sus cláusulas, incorporar criterios de emergencia climática y establecer mecanismos de cooperación técnica para un uso sostenible del recurso.
El riesgo va más allá del campo. La caída del nivel del embalse ha comenzado a calentar el agua restante, amenazando con destruir la vida acuática y, con ella, el turismo local. En San Francisco de Conchos no solo rezan por sus cosechas, también por el futuro de sus comunidades. La presión política, los intereses agrícolas y la falta de modernización del sistema hídrico han formado un cóctel peligroso. Si no se abordan de forma integral, la disputa por el agua podría escalar mucho más allá de los canales de riego.
