Aquel hombre, cansado de placeres, decidió buscar esposa. Quería una que no hubiese conocido las cosas del mundo y de la carne, y se alegró bastante cuando conoció a una chica modosa y recatada.
La cortejó discretamente, para no herir su virtud y su candor, y aun la acompañó en sus devociones cotidianas, pues la muchacha gustaba de oír tres misas diarias, rezar un par de rosarios y asistir a la Hora Santa.
Por fin se llegó la fecha de la boda. Esa noche, la de bodas, ya en la habitación nupcial, él salió del baño y se sorprendió mucho al ver en la cama a su mujercita, sin nada encima y recostada en actitud lujuriosa, lasciva, libidinosa, lúbrica y sensual, como la Maja Desnuda de Goya o como la voluptuosa Leda que pintó Tiziano.
“¡Pero, Flordelisia! —exclamó el hombre al mismo tiempo asombrado y afligido—. ¡Yo esperaba verte de rodillas!” “¡Ah, no! —protestó ella—. Cuando lo hago de rodillas después me duele la espalda”…
La señorita Peripalda, catequista, le dijo a Rosilita: “Ya van tres veces en lo que va del mes que llegas tarde. La próxima vez deberás traer alguna explicación por escrito de tu papá”. “Se la traeré de mi mamá” —repuso la pequeña. “¿Por qué no de tu papá?” —se extrañó la maestra—.
Contestó Rosilita: “Es que mi mamá dice que cuando mi papá llega tarde da unas explicaciones muy pendejas”…
No creo que sea malo que un hombre no tenga religión, si no es un hombre malo. Sí sé que es peligroso un hombre que tiene demasiada religión. Oí hablar de un pequeño pueblo en cierto Estado del sureste mexicano. Su población llega apenas a los 3 mil habitantes. De ellos una tercera parte profesan la religión católica, otra parte igual son evangélicos, y la otra tercera parte son Testigos de Jehová.
Por efecto de esa diferencia los de un credo no tienen trato con los que pertenecen a los otros dos, hasta el punto en que ni siquiera les dirigen la palabra. Los católicos alternan nada más con los católicos; los evangélicos conviven únicamente con los evangélicos, y los Testigos de Jehová rechazan a todo aquel que no es Testigo de Jehová.
Me pregunto cómo se puede vivir así en un pueblo de 3 mil habitantes. La religión, como ciertos medicamentos, sólo es buena si se toma en la dosis adecuada. De otro modo se cae en fanatismos, y caer en fanatismo —en cualquier fanatismo— presenta riesgos tanto para el fanático como, sobre todo, para aquellos que con él deben tratar.
Ojalá un día llegue a ese pueblo algún santo o apóstol que les quite a sus moradores algo de religión. Quizá eso los haría ser menos religiosos, pero ciertamente los haría ser más humanos…
El paciente volvió en sí de la anestesia y se dio cuenta de que tenía vendada su parte de varón. “¡Cielo santo! —exclamó alarmado—. ¿Qué me hicieron ahí?” “No se preocupe, señor —lo tranquilizó la enfermera—. Usted vino a que le sacaran el apéndice. El doctor Testuto hizo la operación ante sus alumnos, y la hizo tan bien que los estudiantes le tributaron una cálida ovación. Para agradecer el aplauso el doctor tuvo que obsequiar un encore, y le hizo la circuncisión”…
“Dime Pepito —preguntó la maestra de gramática—. En la oración: ‘Juanilita está disfrutando’, ¿dónde está el sujeto?”
Sin vacilar respondió Pepito: “Arriba de Juanilita”…
Babalucas fue a una casa de mala nota. Le preguntó a la madama, mariscala o mamasanta, que con todos esos nombres se conoce a la mujer que regenta un lenocinio: “¿Cuál es el monto de la tarifa o arancel de las señoras que aquí prestan sus servicios y todo lo demás?”
Respondió la doña: “Depende del tiempo”. Babalucas sugirió: “Digamos despejado y con vientos ligeros”.— Saltillo, Coahuila.
Esta nota De política y cosas peores: la religión apareció primero en Diario de Yucatán.