
La palabra «woke«, que literalmente significa «desperté» en inglés, ha trascendido su origen en la jerga afroamericana para convertirse en un término complejo y profundamente divisorio en el panorama sociopolítico de Estados Unidos. Originalmente, el concepto, popularizado por el novelista William Melvin Kelley en 1962, hacía referencia a estar alerta y consciente de la injusticia racial. Sin embargo, su resurgimiento con el movimiento Black Lives Matter amplió su significado, llevándolo a la conciencia de una gama más amplia de temas sociales y políticos, incluyendo la discriminación y la opresión. Esta evolución, que para algunos es un signo positivo de conciencia social, para otros se ha convertido en un insulto o una etiqueta de desaprobación.
Conciencia Social vs. Corrección Política Extrema
La dualidad de la palabra «woke» es el núcleo de la actual batalla cultural estadounidense. Para quienes se autodefinen como «woke», el término representa la conciencia social y racial, el cuestionamiento de paradigmas opresores y el empoderamiento de grupos históricamente marginados, como el feminismo o el movimiento LGBT. Lo ven como una herramienta para corregir comportamientos que antes formaban parte del statu quo y que quedaban sin castigo. Uno de sus métodos más controversiales es la «cultura de la cancelación», un boicot social y profesional que se ejecuta a través de las redes sociales contra quienes dicen o hacen algo considerado misógino, homofóbico o racista.

En contraposición, los críticos de la cultura «woke», principalmente conservadores, la ven como la corrección política llevada a un extremo irrazonable. Utilizan el término para describir a personas que se consideran moralmente superiores e intentan imponer sus ideas progresistas, atacando la libertad de expresión y lo que definen como «valores tradicionales estadounidenses». El expresidente Donald Trump, por ejemplo, la ha calificado como la «definición misma de totalitarismo», equiparando la «cultura de la cancelación» con la tiranía, un argumento clave en su retórica para ganar votos entre su base.
La Batalla se Traslada al Campo Político y Empresarial
Lo que comenzó como un choque cultural se ha transformado en un enfrentamiento político directo. El término «woke» ahora es un sinónimo peyorativo de las políticas liberales y de izquierda del Partido Demócrata, abarcando temas como la equidad racial, los derechos trans, el activismo ecológico y el derecho al aborto. El Partido Republicano, liderado por Donald Trump, ha capitalizado la oposición al «wokeismo», prometiendo restringir derechos, como los de las personas trans en las fuerzas armadas y en competencias deportivas, y presentándolo como una amenaza existencial a la democracia y a los «valores de familia».
Esta guerra ideológica incluso ha generado fricciones dentro del propio Partido Demócrata. El expresidente Barack Obama criticó abiertamente la «cultura woke«, advirtiendo que el enfoque en juzgar a otros por no ser lo suficientemente «woke» no conduce al cambio real, sino a la autocongratulación y al lanzamiento de «piedras». No obstante, figuras progresistas como la congresista Alexandria Ocasio-Cortez (AOC) han defendido el término, señalando que «woke» se ha convertido en un eufemismo despectivo para referirse a los derechos civiles y la justicia, y que inventar un problema «woke» solo sirve para relegar los derechos civiles a un segundo plano.

La disputa también ha llegado al mundo empresarial, dando origen al concepto de «capitalismo woke». Empresas como Gillette y Disney han sido el blanco de críticas y boicots por adoptar posturas o realizar cambios que se interpretan como «woke». El famoso meme «Get woke, go broke» (Hazte woke, quiebra) se popularizó tras la controversia de Gillette por una publicidad que criticaba la masculinidad tóxica. De igual forma, Disney enfrentó una batalla con el gobernador de Florida, Ron DeSantis, por oponerse a la ley «No digas gay» e incluso recibió críticas por elegir a una actriz negra para el papel de Ariel en «La Sirenita».
Los conservadores, incluyendo a DeSantis, también han atacado las inversiones de tipo ESG (medioambiental, social y de gobernanza), tildándolas de «capitalismo woke». Argumentan que estas inversiones, al priorizar temas como el cambio climático o la diversidad, amenazan la vitalidad económica y la libertad de los ciudadanos al imponer una agenda ideológica. El término, por lo tanto, se ha convertido en el paraguas de todo lo que la derecha radical considera una amenaza cultural y económica a los cimientos tradicionales de EE.UU.
