MOSCÚ (EFE).— El presidente ruso, Vladimir Putin, celebra un cuarto de siglo en el poder. Hace 25 años, asumió el liderazgo de un país profundamente afectado por la crisis financiera tras la suspensión de pagos de 1998.
Desde entonces, ha enfrentado retos como el rezago tecnológico, la volatilidad del mercado de hidrocarburos, las sanciones de occidente y, más recientemente, el impacto económico generado por la guerra.
Debacle heredada
El antecesor de Putin, Borís Yeltsin, trató desesperadamente de superar la crisis de 1998 que condujo a la suspensión temporal de pagos de la deuda externa; una enorme devaluación del rublo; la caída de los precios de las materias primas en el mercado internacional; una inflación anual del 84% y tasas de interés de hasta el 150%.
En diciembre de 1999, un día antes de recibir el poder en el Kremlin de manos de Yeltsin, Putin aseguró que Rusia debería crecer un 8% anual durante 15 años para lograr un PIB per cápita similar al de Portugal.
Años de bonanza
El nombramiento como presidente interino de Putin y su elección formal cuatro meses después, coincidió con un alza de los precios de los hidrocarburos, principal fuente de ingresos de Rusia, desde los 13 hasta los 97 dólares por barril, lo cual propició una bonanza de ocho años con máximos que superaban el 7% de crecimiento económico anual.
En ese período, que abarcó los primeros dos mandatos presidenciales de Putin (2000-2008), el PIB de Rusia creció en un 94 % y el PIB per cápita se duplicó.
La crisis de 2008
En el cargo de Primer Ministro, Putin encaró entre 2008 y 2012 los efectos de la crisis global, que destacó por un profundo endeudamiento de las empresas rusas ante bancos extranjeros y una caída de los precios del crudo por debajo de los 70 dólares por barril.
Con Dmitri Medvédev como Presidente, la crisis cambió la dinámica del PIB de un crecimiento esperado del 2.4% a una contracción del 0.2%; una caída de las inversiones de un 1.7% en vez de la pronosticada alza de un 1.4% y un descenso de la producción industrial de 5.7%.
Tras el retorno de Putin al Kremlin en 2012, las relaciones entre Rusia y occidente comenzaron a resquebrajarse.
Además de protestas contra el gobierno ruso, la revolución popular en Ucrania; la huida del presidente ucraniano Víktor Yanukóvich; la anexión de la península ucraniana de Crimea y el conflicto en el Donbás devolvieron a ambos bandos a una nueva Guerra Fría.
Consciente de la necesidad de superar los efectos de la crisis, Putin apostó por impulsar grandes proyectos de infraestructuras para impulsar la economía y blanquear la imagen de Rusia a nivel internacional.
Economía de guerra
El comienzo de la guerra en Ucrania en febrero de 2022 y la avalancha de sanciones de occidente, que afectaron severamente a las finanzas, a las exportaciones de petróleo y gas, y prácticamente a todos los sectores de la economía, obligaron a Putin a cambiar su modelo económico.
Rusia convirtió la industria armamentista en un motor clave de su economía, reforzada además por un drástico aumento del gasto en defensa.