En medio del polvo limeño, Miguel corre con fuerza para alcanzar la tercera base. No está en Venezuela, aunque así lo parezca. Él forma parte de Los Astros, una academia de béisbol en Lima conformada por niños migrantes venezolanos, quienes han encontrado en este deporte mucho más que una actividad física: un puente entre su origen y su presente. En un país donde el fútbol predomina, esta iniciativa representa un espacio de pertenencia y resistencia cultural para familias desplazadas por la crisis humanitaria en su país.
Desde 2017, más de un millón y medio de venezolanos han llegado a Perú huyendo de la crisis económica, política y social. De ellos, más de 500 mil han solicitado refugio formalmente. En este contexto, el béisbol ha servido como ancla emocional y cultural, sobre todo para los más jóvenes. Franklin López, coordinador de Los Astros, relata que fue difícil encontrar canchas en una ciudad donde los campos deportivos están pensados para el fútbol, pero no se rindieron. Pronto, la práctica del “deporte nacional” venezolano empezó a hacerse visible en sectores populares como San Juan de Lurigancho.
La historia de esta academia comenzó gracias a Ramón Olmedo, un migrante que dejó Venezuela con la convicción de no olvidar su cultura. Fundó Los Astros en 2020 y logró convocar a 50 niños, todos con un mismo sueño: llegar a las Grandes Ligas. El proyecto incluso llamó la atención de Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados, que lo apoyó reconociendo su impacto positivo en la integración social. Laura Almirall, representante del organismo, señaló que la academia demuestra cómo el deporte puede ser una herramienta poderosa para sanar, conectar y construir comunidad.
Pero el camino no ha sido fácil. El grupo enfrentó episodios de discriminación y sabotaje en algunas zonas de Lima. Campos inutilizados y rechazo vecinal obligaron a los entrenadores a mudarse a otro barrio. Sin embargo, los niños no abandonaron los entrenamientos, y con el tiempo, incluso jóvenes limeños comenzaron a sumarse al equipo. Más allá de enseñar técnicas deportivas, Los Astros enseña valores como el compañerismo, la perseverancia y la convivencia en una nueva sociedad.
El caso de Ignacio Garcés, un niño de 10 años, lo ejemplifica bien. “Aprendí a lanzar, a batear, pero también a vivir acá”, dice con emoción. Para muchos padres, como Joana Marín, el béisbol no solo ha ayudado a sus hijos a mantenerse activos, sino también a adaptarse emocionalmente. “Mi hijo era tímido. Ahora habla más, tiene amigos y se siente parte de algo”, cuenta. La actividad ha tenido efectos transformadores que van mucho más allá del deporte.
Más allá de su impacto inmediato, proyectos como Los Astros permiten reflexionar sobre el papel de las políticas públicas en procesos de integración migratoria. Aunque impulsado desde la comunidad, el esfuerzo ha funcionado como una alternativa real para niños que, de otro modo, quedarían invisibilizados en un sistema que no los contempla. Este tipo de iniciativas deberían ser integradas y apoyadas desde los gobiernos locales, promoviendo espacios interculturales y recreativos que reconozcan la diversidad de las nuevas realidades urbanas en América Latina. En un momento donde la xenofobia y el rechazo crecen en varios países receptores, el deporte puede convertirse en un vehículo para el entendimiento mutuo y la empatía.
