
Puerto Rico está viviendo uno de los momentos más vibrantes de su historia reciente gracias al arranque de la residencia de conciertos del cantante Bad Bunny, quien ha decidido homenajear a su isla con una serie de 30 presentaciones bajo el título “No me quiero ir de aquí”. Lejos de optar por ciudades globales como Las Vegas, el artista decidió hacerlo en su tierra natal, y con ello, abrir una puerta para posicionar a la isla como un centro de espectáculos de talla mundial.
La serie de conciertos se realizará en el Coliseo José Miguel Agrelot, conocido como “El Choliseo”, con una duración que se extenderá hasta septiembre. La expectativa es alta: más de 400 mil boletos vendidos, tres cuartas partes de ellos en apenas cuatro horas. Se espera que, por noche, unas 14 mil personas disfruten del espectáculo, muchas de ellas turistas que viajarán exclusivamente para ver al artista. Este fenómeno ya provocó una alza significativa en la ocupación hotelera y en los alquileres turísticos, duplicando cifras habituales para estos meses.
El impacto económico proyectado por Discover Puerto Rico es de al menos 200 millones de dólares, aunque expertos como la economista Indira Luciano aseguran que esta estimación podría quedarse corta. Si tan solo la mitad de los 200 mil asistentes foráneos se quedaran tres días en la isla, el gasto promedio por persona superaría los 150 dólares diarios, elevando considerablemente la derrama económica. Además, sectores como la gastronomía, el transporte y el comercio local también serán beneficiados.

Este proyecto es que Bad Bunny no se ha limitado a ofrecer entretenimiento. La residencia está diseñada como una forma de preservar y difundir la cultura puertorriqueña. El álbum que inspira la serie de conciertos, Debí Tirar Más Fotos, rinde homenaje a géneros tradicionales como la música jíbara, salsa y merengue. Además, parte de los boletos fueron vendidos de forma presencial y exclusiva para residentes locales, priorizando el acceso a la comunidad puertorriqueña sobre el turismo masivo.
La organización de estos eventos también ha incluido una alianza con la empresa Vibee y Discover Puerto Rico para ofrecer paquetes que combinan hospedaje con experiencias exclusivas, como visitas culturales, acceso a spas y fiestas privadas. Este modelo no solo fortalece la economía del turismo, sino que funciona como una vitrina del potencial logístico y creativo de Puerto Rico para atraer a otros artistas que deseen desarrollar proyectos similares en la isla.
Más allá del espectáculo, la residencia de Bad Bunny representa una oportunidad crítica para repensar el desarrollo económico y cultural del país. Puerto Rico lleva décadas enfrentando una economía frágil, marcada por la deuda pública, el desempleo y la migración masiva. Iniciativas como esta no solo inyectan capital, sino que también construyen una narrativa de orgullo y autosuficiencia cultural. Si el gobierno logra canalizar estos beneficios hacia otras regiones de la isla y no solo hacia San Juan, el evento puede ser un catalizador real de desarrollo territorial equitativo y sostenible.
