PORTO ALEGRE, Brasil (EFE).— La región metropolitana de Porto Alegre, en el sur del país, llamó de nuevo ayer a vecinos de diversos barrios a desalojar ante una nueva crecida de los ríos, aunque algunos se resisten a hacerlo por miedo a los robos y por no tener adonde ir.
Después de las alertas de la semana pasada, el Ayuntamiento de Canoas, ciudad de unos 350,000 habitantes en el norte de Porto Alegre, pidió por redes sociales y mediante camiones con altavoces que habitantes de siete barrios dejen de inmediato sus casas, otra vez.
En Niteroi, un barrio modesto, ya hay decenas de viviendas cerradas.
Los vecinos que aún no se van salen a todas horas para ver cómo está el dique que separa las calles del Gravataí, uno de los afluentes que desembocan en el río Guaíba.
“No puede pasar, es peligroso”, dice un policía en el acceso al dique, que está acordonado desde las 5 de la madrugada.
“¡Pero, hombre, quiero monitorear el agua!”, responde Óscar Gamalho, un marinero de 62 años que tiene casa en la calle de al lado.
El agua está subiendo “unos 10 centímetros cada dos horas” y el dique, dice Gamalho, “está sufriendo y puede romperse”.
Por si acaso, llamó ayer a un camión de mudanza para llevarse ropa, muebles y nevera a la casa de unos familiares.
El gobierno del estado de Rio Grande do Sul advirtió ayer de que el río Guaíba puede batir el récord histórico alcanzado la semana pasada, debido a las fuertes lluvias que cayeron en los últimos días.
Las peores inundaciones que se recuerdan en la región ya dejaron más de 600,000 desplazados, 149 muertos y 127 desaparecidos.
La medición más alta de ayer, de momento es una cota de 5.23 metros, a siete centímetros del récord de la semana pasada y más de dos metros por encima de la cota de inundación, un nivel nunca visto y que mantiene a la ciudad anegada desde el viernes 3 pasado.
Y parece que la pesadilla no termina. En la misma calle donde vive Gamalho, Francisco Pereira y Michelle Silveira corren de un lado para otro para prepararse para un desalojo inminente: dos mochilas llenas, bolsas con comida, y una pila doblada de mantas.
“Estamos en alerta. Cuando el agua llegue, zas… Lo único es que no sabemos adonde ir. No tenemos casa en la playa y las de los familiares o están inundadas o cerradas”, cuenta Pereira, de 40 años.
La pareja lleva días sin dormir por la amenaza del río, y él dice que ya recogió 38 carretillas de basura de un torrente cercano para evitar que las bombas que succionan el agua estancada se emboten.
“Cuando pase la tempestad, vendo el carro y construyo una segunda planta… Si viene otra inundación, lo meto todo arriba”, dice.
En el cercano barrio de Fátima, otro de los que el Ayuntamiento ya pidió desalojar completamente, Simone Teixeira, ingeniera de 38 años, lleva dos días esperando que un barco la lleve a su urbanización para recoger la computadora que se dejó.
Desalojó el viernes 3 cuando vio el agua llegar. Solo se quedaron una decena de vecinos para vigilar las viviendas ante posibles robos y los que se fueron ahora les llevan comida y agua para resistir.
“Ya han intentado entrar una vez en la urbanización”, asegura, frente a una calle medio inundada de donde salen botes y canoas.
Según Teixeira, el Ayuntamiento alertó demasiado tarde de lo que venía: “Ahora avisan, pero al principio no dijeron nada en nuestro barrio, solo que nos quedásemos tranquilos.” Finalmente, salió con el agua hasta la cintura.
De un vistazo
Espera
En el barrio de Fátima, otro de los que el Ayuntamiento ya pidió desalojar completamente, Simone Teixeira, ingeniera de 38 años, lleva dos días esperando que un barco la lleve a su urbanización para recoger la computadora que se dejó.
Vio el agua
Desalojó el viernes 3 cuando vio el agua llegar.
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