El patólogo Julián Arista Nasr hizo una reseña personal de quién fue el doctor Jorge Albores Saavedra y cómo fue trabajar con él en la Unidad de Patología del Hospital General de México.
En 1980 la Unidad de Patología era un lugar prestigiado. Su gran nivel como centro académico y de enseñanza inaugurado por el Dr. Pérez Tamayo continuaba ahora bajo el mando de Jorge Albores Saavedra, por mucho el mejor patólogo quirúrgico que ha nacido en nuestro país. No solamente se hizo cargo de la Unidad cuando Pérez Tamayo decidió partir, sino que le dio una dimensión distinta y más orientada a la patología diagnóstica. Construyó bajo nuevas bases.
A diferencia de Ruy, el Dr. Albores no incursionó en la patología experimental, lo suyo fue la certeza diagnóstica basada en la morfología. Fue un virtuoso en la interpretación de las imágenes y poseía una memoria visual privilegiada. Podía asociar ideas y morfología con gran facilidad y eso lo mantuvo a la vanguardia. En su trato personal podía ser huraño, pero luego de algunos minutos se podía transformar en una persona afable y comunicativa, abierta al intercambio. Jorge Albores pertenecía a esa tradición mexicana que gusta de la comunicación sabrosa, amena y personal de las ideas.
Ciertamente más de uno se sintió excluido de su círculo amistoso y lo puedo entender por cierto tipo de experiencias como esta:
El primer día que llegamos a la Unidad su secretaria nos dijo que teníamos una reunión de bienvenida en el aula. Nos reunimos y esperamos atentos y expectantes. Llegado el momento entró puntual. Nos vio con mirada de entomólogo y nos dio su enhorabuena:
—Ustedes son los nuevos residentes de patología. Un grupo más en la Unidad. Por mi parte los correría a todos en este momento…—nos miramos más atentos todavía, ¿hablaba en serio?
—Pero ustedes… —hizo una pausa—, pero ustedes, me van a demostrar que merecen estar aquí. Esta es una residencia muy dura y hay que trabajar doce horas todos los días y también los fines de semana. Este es el mejor departamento de patología de Latinoamérica.
Y fue así, con esas amables palabras de bienvenida que nos llevaron a nuestros respectivos cubículos y nos dieron microscopios de primera. Albores sentía un auténtico orgullo por su obra maestra, la nueva unidad de patología del Hospital General. Escribió en la Revista Patología: “La construcción de la nueva unidad se logró gracias al apoyo incondicional que nos brindó el Dr. Salvador Aceves, notable cardiólogo, entonces secretario de Salubridad y Asistencia. El proceso de construcción duró poco más de un año. Construir una nueva unidad de patología, reestructurar su planta física y equipo humano, y concentrar en ella el material anatomopatológico que se encontraba disperso y desaprovechado”.
Los pasillos de la Unidad eran amplios y luminosos, y los cubículos espaciosos y agradables. Conocimos a los adscritos al departamento. El gran maestro Avissaí Alcántara, el Dr. Rafael Andrade y Juan Olvera quién además de neuropatólogo y maestro de múltiples generaciones se hacía cargo de la sala de autopsias. Estaban también el Dr. Cruz, Manrique, Rodríguez, Soriano, Alonso, el Dr. Ángeles y Óscar Larraza a cargo de la microscopía electrónica y las genetistas Susana Kofman y Georgina Benavides.
La sesión de quirúrgicos se iniciaba a las ocho de la mañana y era coordinada por el residente de cuarto año. Los residentes que acordonábamos en fila las sillas de la periferia opinábamos acerca de cinco casos que se dejaban en la mesa del aula la tarde anterior. Entre los residentes había mezcla de elementos, de todo como en botica. Diversos niveles económicos, fenotipos y personalidades. En la Unidad no se hacían distingos en la admisión de residentes y estudiantes. Provenían de la Ciudad de México, de provincia y de diversos países latinoamericanos. En aquella época la morfología era casi la única metodología para el diagnóstico y la inmunohistoquímica iniciaba. En ocasiones se mostraban las radiografías. Experiencia memorable fue haber compartido aquellas mañanas con diversos profesores visitantes: Juan Rosai, Robert Scully y Stacey Mills, entre otros.
Pocos casos requerían microscopía electrónica. Era éste un instrumento diagnóstico que se encontraba en boga, pero que con el tiempo perdería casi toda su utilidad en la patología quirúrgica. Como ejemplo estudiamos un tumor en muslo de un hombre de mediana edad. Una neoplasia poco diferenciada que había sido interpretada como tumor de células de Merkel. Veíamos la laminilla y recibía la explicación del Dr. Albores cuando Óscar Larraza entró al cubículo. Traía consigo las fotografías de la neoplasia que mostraban una gran cantidad de retículo endoplásmico y abundantes mitocondrias, datos característicos de una neoplasia de células plasmáticas. El Dr. Albores miro sorprendido y comentó: ¡entonces no es Merkel sino un plasmocitoma de los tejidos blandos! Se corregía cuando había evidencias suficientes. El caso estaba programado para un seminario en provincia y ya estaba todo preparado para la presentación. En pocas horas estaba listo con el diagnóstico correcto.
La patología del Hospital General era sumamente variada y abundante. Luego de la sesión íbamos a la sala de autopsia donde casi siempre había actividad. Estando ya en segundo y tercer año que correspondía a patología quirúrgica revisábamos e incluíamos las piezas macroscópicas y al día siguiente revisábamos las laminillas histológicas. La unidad funcionaba como un reloj. Nunca supe que tuviésemos limitaciones con el material y también en ese sentido el departamento se podía medir con cualquier otro de buen nivel. Comparado con muchos pabellones del hospital, la unidad parecía pertenecer a otro mundo.
Al referirse a la investigación biomédica, Albores refiere una de sus experiencias que con el tiempo habría de convertirse en una de sus mayores aportaciones originales. Resulta interesante analizar su mecanismo de pensamiento. Cito: una tarde la Dra. Granja Naranjo, residente ecuatoriana, me dijo, que quería mostrarme un caso. Sin proporcionarme información clínica, me dio varias laminillas teñidas con hematoxilina y eosina. Después de examinarlas un par de minutos le dije que el caso que me había mostrado me parecía un carcinoide.
“Lamento informarle, doctor —respondió—, que está usted equivocado. Se trata de una recurrencia vaginal de un carcinoma basaloide del cuello uterino extirpado dos años antes. Como usted sabe, en el cuello uterino no se han descrito carcinoides.”
Afirmé que podría estar equivocado, pero era necesario estudiar bien el caso, porque las características citológicas y arquitectónicas del tumor me seguían pareciendo las de un tumor carcinoide. Tres días más tarde, tuve oportunidad de examinar el tumor primario del cuello uterino y confirmar que era idéntico a la recurrencia vaginal. Las tinciones de Grimelius fueron intensamente positivas, de manera que se confirmó plenamente el diagnóstico. Se envió el caso al Departamento de Patología del Dr. Juan Rosai para examinarlos con el microscopio electrónico y para que retratara los gránulos neurosecretores. Con toda esta información, publicamos el primer caso de carcinoide del cuello uterino. Posteriormente, el Dr. Larraza y yo examinamos varios miles de casos de carcinoma invasor del cuello uterino, reconocimos el carcinoma de células pequeñas y determinamos su frecuencia e historia natural. Me parece que la suerte desempeñó un papel importante en la descripción de esta rara pero interesantísima familia de tumores endocrinos.
He mencionado que Jorge Albores podía ser huraño y de difícil trato. Pero también y con mayor frecuencia era sumamente agradable y aun cautivador si por cautivador se entiende también el ejercicio de la inteligencia. Es capaz de establecer juicios correctos y observaciones originales con poca información. Una tarde mientras tomábamos algunas cervezas en un restaurante en la ciudad de Guanajuato cerca de donde nació y vivió su infancia Diego Rivera, hablábamos de escritores mexicanos. Los notables y habituales. Cuando mencioné a Octavio Paz, Albores reaccionó y me comentó: “a Paz le van a dar el premio Nobel, estoy seguro“. Era 1986, solo faltaban cuatro años. Una mañana en el Instituto de la Nutrición donde coincidimos varios años, siendo las 7:30 h le hablé del sitio de Stalingrado, un hecho de gran trascendencia que me interesó por su importancia histórica y el drama humano que implicó durante la segunda guerra mundial. Albores esperó la descripción y comento: ese fue un error táctico. Los ejércitos alemanes con el tiempo no habrían podido seguir ahí. Su opinión coincidía con la realidad histórica. Rusia era un país enorme con múltiples recursos para soportar la agresión y estaba bajo el mando de otro psicópata igual o peor que el Fuhrer: Joseph Stalin.
Tiempo después le comenté que me encontraba estudiando las biopsias prostáticas con adenocarcinomas espumosos (cuyo resumen les mostraré a continuación) y lo invité a participar. Me pidió el material y las referencias. A la mañana siguiente se acercó y me dijo: “ya leí los artículos e inicié la revisión. Puedo traer uno más que vi en consulta, en efecto, pueden ser difíciles de diagnosticar”. En un día tenía asimiladas las ideas de lo que hasta entonces se había publicado. Esa reacción no es lo habitual, lo habitual es lo contrario, la indiferencia. Por aquellos días publiqué una novela corta con el título “Días de Invierno” Ahí se cuenta la historia de un hombre que al cumplir 70 años es despedido y se enfrenta a una jubilación forzada.
Dos días después el Dr. Albores entró temprano al cubículo e iniciamos comentarios acerca de la novela. No solo la había leído en su totalidad, sino que se refirió a varios de los temas ahí referidos. ¡Como no iba a ser un placer llegar a ese lugar para conversar a las 7 de la madrugada! Esto lo he comentado con algunos amigos que no sin sorpresa me han preguntado: ¿de veras el Dr. Albores habla de esas cosas? … porque a mí solo me habla de patología… y la respuesta es sencilla: ¿de qué le hablas tú al Dr. Albores que no sea solo patología Solo hablando de otras cosas se podían encontrar otros temas y vías de comunicación. Encontrar una persona interesada por diversas cosas es raro. Conozco pocas y tienen ciertas características en común: son curiosas, tienen intereses múltiples, memoria privilegiada, escriben bien, tienen laxitud mental y buen sentido del humor. Los esquemas y el pensamiento rígido tan frecuente no va con ellos.
Concomitante con su habilidad en el diagnóstico existió en él la pasión por escribir y publicar lo que iba encontrando. Sin duda en nuestro país, hay docenas, tal vez cientos de buenos patólogos, pero son menos los que escriben y menos aun los que han dado muestra de producir información original. Investigadores interesados en escribir artículos y libros de utilidad. Albores cubrió todo el espectro, por eso fue y seguirá siendo importante. En la práctica de la patología, trabajó con cualquiera y con muchos y a la primera. Nunca los vi discutir por el lugar en que aparecía su nombre. Eso era secundario.
Comento esto en pasado pues decidió retirarse cerca del año 2020. Lo he ido a visitar cerca de su casa y hemos pasado tardes extraordinarias. Su lucidez no ha menguado. Los temas han sido los viejos amigos del departamento, la historia de la patología en nuestro país, las aportaciones de los patólogos nacionales y algunos chismes. Ante la gran cantidad de imprecisiones e invenciones periodísticas estuve interesado en la enfermedad final y causa de muerte de dos grandes del siglo XX mexicano: Octavio Paz y Lázaro Cárdenas. Le pedí el protocolo de la necropsia del general Cárdenas a quién él autopsió en 1970 auxiliado por el cirujano oncólogo Rodríguez Cuevas y me lo proporcionó sin reparos. El artículo escrito en colaboración con mi amiga Leticia Bornstein ya se publicó. Hablamos de cómo vivió la experiencia al conocer al General y la familia Cárdenas y las circunstancias de aquel entonces. Me acompañó en una ocasión mi hija Julieta y en otra Rogelio Hernández Pando recién nombrado investigador emérito por el Conacyt. En medio de la plática Rogelio recordó que en alguna ocasión le preguntó al Dr. Albores, ¿Por qué fue tan exigente con nosotros y no así con los residentes de los Estados Unidos que estuvieron a su cargo? La respuesta fue simple: porque yo quería que ustedes fueran los mejores.
Cerrando esta historia, hay que mencionar que salió de la Unidad por un conflicto político que devino en cuestión personal. El director de la Facultad de Medicina fue determinante en esta situación. Hubo agresiones de las partes en conflicto y pudo haberse “llamado a la cordura” (citando la famosa frase del 68), porque más allá estaba en juego buena parte del futuro de la Anatomía Patológica académica en nuestro país. Los detalles como todo conflicto de esta índole son despreciables. Basta decir que una mañana fuimos citados al aula. Al llegar las autoridades de la Universidad le leyeron la cartilla y nombraron ahí mismo, in situ al nuevo jefe de la Unidad. Por primera vez lo vi desconcertado tratando de dar una explicación y pidiendo otra, pero fue ignorado. En un gesto de solidaridad Arturo Ángeles y Oscar Larraza renunciaron a sus plazas de base del Hospital General. Cuarenta años después mientras tomaba café con él en Plaza Loreto me referí a aquel día. El guardo silencio por algunos segundos y luego comentó: “en realidad no tuvo importancia”. Pero si la tuvo. Por aquel hecho emigró a los Estados Unidos y vivió allá por 26 años. Con todas las facilidades y ventajas del primer mundo se convirtió en un autor de primera línea. Desplegó todo su potencial. Muchas de sus publicaciones con información original han sido citadas cientos de veces por autores de todo el mundo. Viajó e impartió conferencias en muy diversas ciudades. Nosotros perdimos un maestro de primer orden y nos quedamos con un político mediocre que se hundió en la historia.
Estar este día aquí entre tantos amigos es una grata experiencia. Ciertamente ya todo lo dicho es historia, pero recordemos que la historia es la gran maestra de la experiencia. Sabemos que este nuevo departamento de patología será una vez más un centro de enseñanza y de excelencia tal como lo ha sido en el pasado. Esta fue la cuna, la primera escuela y la escuela modelo de la anatomía patológica en nuestro país.
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