
Maribel, una mujer que vive en Chicago desde hace 22 años, narra con voz entrecortada cómo su vida dio un giro inesperado el 6 de noviembre, cuando su hijo, Eliud Cisneros, fue detenido por el ICE mientras se dirigía a trabajar en su camioneta. Su relato describe una escena de impacto: agentes federales en tres vehículos rodearon la camioneta de Eliud y lo obligaron a descender.
Ella afirma que todo fue muy rápido. Tras bajarlo del auto, lo trasladaron a un centro de detención en Chicago, donde permaneció únicamente tres días, según Maribel. Esa eficiencia, sin abogado ni un proceso más pausado, la dejó con un profundo sentimiento de impotencia. Maribel admite que no tuvo tiempo ni recursos para obtener ayuda legal.
La madre asegura que su hijo firmó lo que el ICE le presentó como una “salida voluntaria”, pero que las condiciones fueron intimidantes. En el centro de detención, relata, los internados dormían en el piso, incluidas mujeres embarazadas, y se les dijo que quienes no accedieran podrían terminar en centros más duros por meses o incluso años. Para Maribel, no fue una decisión libre: sintió que su hijo no tenía alternativa real.
En cuestión de horas, Eliud fue deportado no a su ciudad de nacimiento, sino a San Martín, Puebla, un lugar que apenas recuerda. Maribel confiesa que su hijo no tiene una red social o familiar en ese lugar: ella perdió a sus padres y sus hermanos también han fallecido, por lo que el regreso ha sido un choque brutal para él.
Para poder viajar a México, Maribel gestionó ante el consulado mexicano la credencial del INE, ya que fue lo único que le permitieron quedarle al ICE al momento de la deportación: su celular, la ropa y el documento electoral. Con esa identificación, compraron un vuelo para que regresara a Puebla, y su hija mayor viajó para ayudarle a asumir una nueva vida en su lugar natal, aunque sin muchas garantías.








