
El reciente golpe de Estado en Madagascar, que culminó con la huida del presidente Andry Rajoelina, fue impulsado por un factor decisivo: la unión del ejército al movimiento de protesta popular. Lo que había comenzado como manifestaciones de la ‘Generación Z’ contra el alto costo de la vida y la pobreza, se transformó en una crisis política terminal cuando las fuerzas armadas tomaron partido por el descontento ciudadano, inclinando la balanza del poder de manera irreversible. Este evento subraya el papel crucial de las instituciones militares en la volátil política del país africano.
La protesta popular, inicialmente enfocada en problemas socioeconómicos palpables —como la falta de servicios básicos y la pobreza—, se había convertido en una «bola de nieve de descontento» imposible de ignorar. Sin embargo, fue la unión de los soldados en la capital, Antananarivo, lo que dio legitimidad y fuerza ejecutiva a las demandas de los manifestantes. Esta alianza entre la juventud civil y el estamento militar envió una señal inequívoca al presidente Rajoelina de que había perdido el control total del país.
El momento exacto en que el ejército decide unirse a la protesta marca el punto de inflexión. Los soldados, que por su naturaleza y deber estaban llamados a mantener el orden y proteger al gobierno, optaron por alinearse con los ciudadanos y sus reclamos. Esta unión significó que el aparato de seguridad del Estado ya no estaba dispuesto a defender al presidente contra su propio pueblo, lo que convirtió el descontento popular en un levantamiento con capacidad real para derrocar al gobierno establecido.

La Unión Militar Sella la Suerte del Presidente
La unión del ejército a la protesta forzó inmediatamente la mano del presidente Rajoelina. Ante la deserción de las fuerzas de seguridad, que pasaron de ser su protectoras a aliadas de la revuelta, el presidente se vio obligado a buscar refugio en la embajada francesa. La posterior huida del país confirmó que la unión militar fue el catalizador del golpe de Estado y el fin de su mandato, sin posibilidad de resistencia. El ejército, al respaldar a la ‘Generación Z’, llenó el vacío de poder resultante y consolidó la protesta en una toma de control de facto.
Los analistas señalan que la decisión de los soldados de unirse a la protesta puede reflejar no solo la identificación con las causas del descontento (la pobreza y los problemas de servicios), sino también la histórica tendencia de las fuerzas armadas en Madagascar a intervenir en momentos de crisis política. La unión del ejército, aunque facilita el derrocamiento de un gobierno impopular, también reintroduce un ciclo de inestabilidad donde el poder emana más de las armas que de las urnas.


