
La invención de la televisión se consolidó gracias al esfuerzo de John Logie Baird, un inventor solitario que trabajó con materiales rudimentarios. Aquejado por problemas de salud y con un historial de inventos fallidos (desde diamantes artificiales que cortaron la electricidad en Glasgow hasta una desastrosa cura para las hemorroides), Baird perseveró. Con el capital de la venta de sus negocios de calcetines y jabones, montó un laboratorio improvisado en Hastings, Inglaterra, en 1923. Utilizando una vieja caja de té, un motor y un disco giratorio de cartón para escanear imágenes, logró transmitir una silueta, sentando las bases de la futura televisión.
Un Experimento con Demasiado Calor
Tras un accidente, Baird se mudó a Londres, instalando su laboratorio en un piso en Frith Street, Soho. Su primitivo aparato de televisión generaba un calor tan intenso que al principio solo podía usar un muñeco de ventrílocuo, al que apodó Stooky Bill. Sin embargo, el 2 de octubre de 1925, Baird, de 37 años, estaba listo para probar su invento con un sujeto humano y alcanzar un avance asombroso: la transmisión de una imagen humana en movimiento. Necesitaba a alguien que pudiera proporcionar el movimiento necesario para que su sistema mecánico lo captara.
Aquí es donde entra en escena William Taynton, un joven oficinista de 20 años que trabajaba en la planta baja del edificio. Cuarenta años después, Taynton recordó cómo Baird bajó corriendo, lleno de emoción, y casi lo sacó a rastras de su oficina para llevarlo a su laboratorio. El joven encontró un lugar desordenado, lleno de cables, lámparas, baterías viejas y un aparato rudimentario hecho con discos de cartón y lentes de bicicleta. Baird lo sentó frente al transmisor, un lugar que Taynton describiría como «un desastre» de improvisación.

El Primer Sujeto Humano de la Televisión
Sentado frente al transmisor, Taynton pronto sintió el calor tremendo de las lámparas y se asustó, apartándose del foco. Baird, sin embargo, lo persuadió de regresar poniendo media corona (dos chelines y seis peniques) en su mano, lo que Taynton bautizó como «el primer pago por televisión». Para capturar el movimiento, Baird le pidió a Taynton que sacara la lengua y hiciera muecas. El oficinista, que se sentía «asado vivo» por el insoportable calor, espetó al inventor que lo estaba quemando, pero aguantó unos segundos más por la insistencia emocionada de Baird.
Al salirse del foco, Taynton vio a Baird corriendo con los brazos en alto. «¡Te he visto, William, te he visto. Por fin tengo televisión, la primera imagen de televisión real!», gritó Baird. Aunque Taynton no entendía la trascendencia del momento, intercambió lugares con Baird. Al mirar por un pequeño túnel, vio una «imagen diminuta de unos 5 x 8 cm» del rostro del inventor. Aunque era borrosa, con sombras y líneas, el movimiento era claro: «Había obtenido una verdadera imagen televisiva«.
La Profecía del Inventor
A pesar de que Taynton le dijo sin rodeos que el aparato era «muy rudimentario» y no tenía «gran cosa», Baird le aseguró que ese era solo el principio. El inventor, convencido de su logro, pronunció una frase profética: «Ese es el primer televisor y verás que estará en todos los hogares del país, y de hecho, en todo el mundo». El hito se marcó, y la demostración pública de televisión se realizó unos meses después, el 26 de enero del año siguiente. Aunque su tecnología fue finalmente superada por empresas con más recursos, Baird había allanado el camino para lo que se convertiría en el medio de comunicación más influyente del siglo XX.
El Legado de la Primera Transmisión
La importancia del logro de Baird no pasó desapercibida. En 1951, cinco años después de la muerte del inventor, William Taynton regresó al número 22 de Frith Street en Soho para la inauguración de una placa azul conmemorativa. Robert Renwick, presidente de la Sociedad de Televisión, declaró en el evento que el verdadero monumento de Baird no estaba en la placa, sino en «el bosque de antenas que proliferan por todo el país». La ciencia ficción que había inspirado a Baird, su ídolo H.G. Wells, se convirtió en realidad, y décadas después de la participación de Taynton, la gente se pegaría a los televisores para ver acontecimientos históricos mundiales como el alunizaje.
