
En Puerto Viejo, una localidad ubicada en la provincia de Limón, el mestizaje cultural es evidente. Allí, las conversaciones se mezclan entre el español, el inglés y el creole, reflejando la historia de una comunidad afrocaribeña que se asentó desde el siglo XVIII y que hoy convive con la llegada de nuevos migrantes afroamericanos, principalmente desde Estados Unidos. Este enclave, con apenas 13 mil habitantes, se ha convertido en un lugar de refugio y oportunidad económica para quienes buscan escapar del racismo y la violencia que aún viven en su país de origen.
Una historia marcada por la resistencia
La presencia africana en Puerto Viejo tiene más de tres siglos. El historiador Quince Duncan recuerda que el primer asentamiento se dio tras el naufragio de barcos daneses en 1710, cuyos sobrevivientes se integraron con la población indígena local. A lo largo del tiempo, llegaron más migrantes desde Nicaragua, Panamá, Colombia y Jamaica, forjando un pueblo con identidad propia, con el inglés y el protestantismo como bases culturales. Sin embargo, durante gran parte del siglo XX las comunidades afrocaribeñas fueron segregadas del resto del país, con restricciones en ciudadanía y propiedad de tierras.


Hoy, la llegada de afroamericanos refuerza esta historia migratoria, aunque no sin tensiones. Para algunos locales, el incremento de extranjeros genera oportunidades económicas; para otros, representa una amenaza a la identidad cultural y un riesgo de gentrificación que encarece el costo de vida en la zona.
Un refugio económico y social
En la actualidad, Puerto Viejo es visto por cientos de afroamericanos como un lugar de libertad y seguridad. Davia Shannon, una de las residentes, asegura que este pueblo costarricense les brinda tranquilidad y una vida más conectada con la naturaleza. Además, el costo de vida, aunque no bajo para los locales, resulta mucho más accesible para quienes llegan con ingresos en dólares. Una comida puede costar entre 8 y 15 dólares, y la renta mensual de una casa va desde los 550 dólares, precios difíciles de encontrar en Estados Unidos.
No obstante, esta diferencia económica acentúa la desigualdad. Mientras los locales deben lidiar con uno de los costos de vida más altos de América Latina en relación a su salario mínimo, los extranjeros pueden invertir en propiedades y hasta fundar negocios, lo que genera disputas sobre la propiedad de tierras en zonas protegidas.
