
25 de Septiembre del 2025.- Una nueva y alarmante fase del conflicto en Europa del Este se está consolidando, protagonizada por enjambres de drones explosivos de bajo costo que han alterado el equilibrio militar. Rusia ha desatado una ofensiva sin precedentes basada en una masiva guerra de drones, una estrategia que no solo busca agotar a Ucrania, sino que ya ha comenzado a cruzar fronteras, alcanzando el espacio aéreo de países de la OTAN como Polonia y Rumanía. Este cambio táctico, centrado en la cantidad sobre la calidad, está forzando a Occidente a replantearse el altísimo costo de la defensa aérea moderna y la naturaleza misma de la guerra.
La escalada de esta estrategia es evidente en las cifras. Mientras que al inicio del conflicto Rusia lanzaba entre 150 y 200 drones de ataque al mes, ahora esa cifra se ha disparado a casi 5.000 unidades mensuales. Solamente en el transcurso de 2025, Moscú ha lanzado más de 33.000 drones modelo Shahed y sus variantes contra territorio ucraniano, un aumento exponencial en comparación con los 4.800 del mismo periodo del año anterior. Este diluvio de armas no tripuladas demuestra un giro estratégico fundamental: abandonar la idea de una victoria rápida mediante ataques de precisión para apostar por una victoria lenta a través del agotamiento.

La Estrategia del Desgaste y la Producción Secreta
El objetivo de Rusia ya no es la destrucción de blancos militares de alto valor, sino una victoria a través de la erosión constante. Esta doctrina de desgaste busca saturar las defensas aéreas ucranianas, ejercer una presión psicológica insoportable sobre los centros urbanos y forzar a Kiev a ceder por puro agotamiento de recursos y moral. En esta nueva fase de la guerra de drones, el Kremlin considera que el camino hacia la victoria pasa por la erosión sistemática de la capacidad de resistencia de su adversario, utilizando para ello armas baratas, abundantes y persistentes que mantienen al país en un estado de alerta y miedo continuo.
La clave de esta ofensiva es la capacidad industrial rusa para producir estos drones a una escala masiva. Lo que comenzó con la importación de drones Shahed desde Irán, ahora es una operación de fabricación nacional en instalaciones secretas como las fábricas de Alabuga y la planta IEMZ Kupol. A través de cadenas de suministro globales y el uso de componentes electrónicos occidentales obtenidos ilícitamente, Rusia no solo ha logrado mantener un ritmo de producción asfixiante, sino también innovar. Modelos avanzados como el Geran-3 tienen un alcance de hasta 2.500 kilómetros, poniendo a los Estados bálticos y a gran parte de Europa Central bajo amenaza directa.

El Desafío Económico y la Adaptación Ucraniana
El principal desafío que esta estrategia presenta a Ucrania y sus aliados no es tecnológico, sino económico. Si bien los drones Shahed son lentos y relativamente fáciles de interceptar, el costo de hacerlo es financieramente insostenible. El precio de un solo dron ruso oscila entre 20.000 y 50.000 dólares, mientras que un misil interceptor utilizado por los sistemas de defensa de la OTAN puede costar cientos de miles. Esta asimetría convierte cada interceptación en una victoria pírrica para la defensa, que se desangra económicamente para detener un ataque barato, lo que define la esencia de esta guerra de desgaste.
Ante esta realidad, Ucrania ha demostrado una notable capacidad de adaptación. Ha desarrollado un vibrante ecosistema industrial propio, capaz de producir hasta 5 millones de drones al año. En el frente, ha popularizado el uso de drones FPV (de primera persona) como municiones de precisión de bajo costo contra tanques y artillería. Para contrarrestar la guerra electrónica rusa, ha innovado con drones de fibra óptica inmunes a las interferencias. Su estrategia de largo alcance, a diferencia de la rusa, se enfoca en objetivos estratégicos como refinerías de petróleo para asfixiar la logística y la economía del Kremlin, demostrando que la guerra que se libra desde el aire es un campo de batalla de ingenio y adaptación constante.
