
Daniel Sarcos ha lanzado recientemente Yo No Soy Diferente, una canción que busca transmitir un mensaje poderoso de dignidad, unión y orgullo cultural, especialmente para los inmigrantes latinos. Escrita originalmente por Gian Marco y Emilio Estefan, la versión de Sarcos incorpora la gaita zuliana, género tradicional de su natal Maracaibo, Venezuela, fusionándolo con influencias andinas-peruanas.
En esta producción, el animador y cantante venezolano reúne a varios artistas como Servando & Florentino, Amaury Gutiérrez, Neguito Borjas, Ronald Borjas, Jandy Ventura, Paul González, Yasmil Marrufo y Dayvimar Hernández, quienes aportan al tema cada uno su voz y estilo, enriqueciendo la mezcla sonora.
Inspiración y raíces latinas
Sarcos explica que decidió hacer este proyecto porque no solo quería retomar la gaita, género que marcó sus inicios, sino también llevarla a públicos que tal vez aún no la han escuchado. Señala que la idea surgió al escuchar la canción original de Gian Marco mientras meditaba cómo convertirla en gaita, para luego convocar voces de distintos países del Caribe y Latinoamérica.
También habló sobre su compromiso con el legado cultural, especialmente al destacar cómo educa a sus hijos en el bilingüismo, la tradición oral y el amor a sus raíces. Su hijo Daniel Alejandro, fruto de su relación con Alessandra Villegas, ha mostrado interés por la música y ha sido testigo del trabajo que conlleva esta canción, lo que para Sarcos es motivo de orgullo.
Crítica constructiva y mensaje social
Sarcos no se queda solo en lo musical; su canción va dirigida a contrarrestar la crítica vacía que muchas veces se encuentra en redes sociales, especialmente frente al fenómeno migratorio. Para él, el arte puede y debe ser un vehículo para generar empatía, reconciliación y sentido de comunidad entre los latinos, pues afirma que “somos más parecidos de lo que a veces creemos”.
Aunque algunos podrían cuestionar si este tipo de producciones tienen el efecto real de movilizar o cambiar percepciones, Yo No Soy Diferente parece apostar por lo simbólico como punto de partida: usar la música como espacio de diálogo. Es importante medir cómo la canción será recibida en distintos contextos —entre quienes viven el éxodo migratorio, comunidades en la diáspora, o incluso oyentes que no se identifican directamente con la experiencia latinoamericana.