
La nueva película La hermanastra fea, protagonizada por Lea Myren, irrumpe en la cartelera mexicana con una misión clara: cuestionar la tiranía de la belleza impuesta desde cuentos clásicos. Con un recorrido ya exitoso en festivales, la cinta reinterpreta el mito de Cenicienta para mostrar que la estética no define el valor ni la dignidad de una mujer. Este filme utiliza elementos del body horror para hacer visible el daño real que causan los estándares inalcanzables. A través de su narrativa, invita al espectador a ver más allá de la apariencia.
Lea Myren, quien creció con convicciones feministas, asumió el papel de Elvira como su debut cinematográfico con el deseo de rescatar a la hermanastra de las sombras de la historia. Explica que este personaje siempre ha sido visto como villano o monstruo, pero que en esta versión ya no es tan claro adónde lleva esa oscuridad. Elvira no es mala por naturaleza: es humana, con deseos, miedos, y una urgencia profunda de aceptación. Esa ambigüedad es lo que la vuelve entrañable.
Uno de los momentos más reveladores ocurre cuando la película aborda la presión corporal: pastillas, dietas extremas, mutilaciones simbólicas o reales. En la escena en que Elvira vomita huevos —una metáfora visual de su angustia— se evidencia lo que muchas personas viven al intentar encajar en cánones insostenibles. Lea señala que la película muestra cómo los medios, la moda y las redes sociales fomentan una obsesión rentable con lo perfecto, ignorando el costo emocional, físico y psicológico.
La película también establece paralelismos con situaciones concretas: productos peligrosos para perder peso, comportamientos imitativos en distintos lugares del mundo, y costumbres que obligan a cambiar el cuerpo para “encajar”. Lea menciona ejemplos internacionales como la presión por broncearse, o incluso la angustia de quienes realizan prácticas extremas para parecerse a un ideal occidental. Todo ello para subrayar que la impuesta belleza normativa es un sistema estructural que se reproduce en múltiples culturas.
Más allá del horror visual, La hermanastra fea aspira a algo más profundo: empatía. Lea quiere que el público ame a Elvira, comprenda sus decisiones y su dolor; no para justificar sus actos, sino para entender la raíz del estigma. Esa comprensión, sugiere, puede abrir diálogos sobre autoaceptación y salud emocional. “Ver alguien diferente, luchar, fallar y aun así existir con dignidad”, parece decir la obra, “nos refleja a todos”.
La película no pretende ofrecer respuestas fáciles, pero sí generar preguntas urgentes: ¿qué estamos dispuestos a sacrificar por belleza? ¿cuánto del daño proviene de afuera, y cuánto de lo que nos permitimos creer? La hermanastra fea se convierte así en un espejo y en una llamada a la reflexión, especialmente para mujeres, niñas y quienes han sido marcados por inseguridades. Es un llamado a valorarnos en nuestra complejidad, más allá de lo visible.