
Terrestre y cercano, Guillermo del Toro pierde 80 kilos, una transformación que ha sorprendido tanto a fans como a medios. En Cannes, el cineasta mexicano apareció más delgado y lleno de energía, generando comentarios sobre su salud y bienestar. El salto físico se ligó, en parte, al estreno de su esperada cinta Frankenstein. Su nueva imagen fue el reflejo de un compromiso con su cuerpo y su espíritu.
Para Del Toro, adelgazar no fue una moda, sino una necesidad vital. “Conforme te vas haciendo más viejo te pones más asustado de que hay que bajarle a los tacos”, confesó con la sonrisa que lo caracteriza. Esta declaración habla de cambios reales, de asumir la vida con responsabilidad corporal y emocional, sin perder su carisma natural.
Además, el director compartió cómo se siente tras culminar un proyecto largamente soñado: “Estoy en la depresión postparto… algo acabó y empezará algo nuevo”. La analogía con el parto expresa no sólo agotamiento, sino también satisfacción y la apertura de una nueva etapa creativa.
La prensa del mundo celebró su regreso físico y artístico. Muchos lo destacaron como renovado, juvenil y enérgico. Pero este renacer no se queda en lo superficial: es también una declaración de salud integral, un ejemplo de cómo el cuidado personal puede convivir con el arte y la autoaceptación.
Un mensaje humano en un mundo de etiquetas
En una época de polarización y automatización, Del Toro recobra la profundidad del cine —y de la vida. Al hablar de su filme Frankenstein, reflexionó: “¿Qué significa ser humano? Vivimos en una época de terror e intimidación… no hay tarea más urgente que seguir siendo humanos…”. Su afirmación enlaza su cuidado personal con una misión mayor: recuperar la empatía, entendernos en nuestras diferencias y permitirnos ser imperfectos.