
Sudamérica está emergiendo como la nueva frontera del crecimiento petrolero global. Con proyecciones que apuntan a un aumento de la producción del 30% entre 2024 y 2030, la región está lista para superar a potencias como Medio Oriente y Estados Unidos. Este auge no es casualidad; se basa en grandes proyectos en Brasil, Guyana y Argentina que, junto con la contribución de Surinam, compensarán la disminución de la producción en yacimientos maduros de otros países. Según Rystad, la producción diaria en la región podría pasar de 7,4 a casi 9,6 millones de barriles.
Los motores de la expansión
Los principales impulsores de esta expansión se encuentran en la exploración en aguas profundas y en los yacimientos no convencionales. Brasil, líder regional, batió un récord en junio gracias a su zona del presal, una formación geológica submarina que atrae inversiones masivas. En el mismo frente, Guyana, un país de poco más de 800,000 habitantes, ha vivido un boom sin precedentes desde el descubrimiento del Bloque Stabroek, una de las reservas más importantes del mundo. Se espera que cerca de la mitad del crecimiento petrolero de la región provenga de estos yacimientos marítimos, demostrando la alta productividad y el atractivo que tienen para las grandes petroleras.
Por otro lado, Argentina tiene su propio motor de crecimiento petrolero en Vaca Muerta. Esta gigantesca formación de esquisto ha llevado a la provincia de Neuquén a alcanzar su máximo histórico de producción. Sin embargo, su desarrollo depende de la inversión en infraestructura. La construcción de un oleoducto de 400 kilómetros, que estará operativo a fines de 2026, será clave para acelerar la expansión productiva. Esto demuestra que la velocidad del auge no solo depende de la cantidad de reservas, sino de la capacidad de transportarlas al mercado.

Este impresionante crecimiento petrolero no se limita a las empresas privadas. Las compañías estatales, como la brasileña Petrobras y la argentina YPF, están invirtiendo fuertemente para maximizar la producción. Petrobras, por ejemplo, está expandiendo sus operaciones en el yacimiento de Búzios, uno de los más grandes del mundo. Mientras tanto, YPF ha hecho de la producción en Vaca Muerta un objetivo estratégico. La colaboración entre empresas privadas y estatales es un factor crucial que podría llevar el aumento de la producción sudamericana hasta un 35% para fines de la década.
El auge de la industria petrolera en Sudamérica presenta una paradoja frente a la crisis climática. Científicos y grupos ambientalistas critican duramente el desarrollo de los combustibles fósiles, reclamando mayores inversiones en energías limpias. Sin embargo, líderes como el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, argumentan que los ingresos del petróleo son necesarios para financiar la transición energética. Este enfoque, aunque criticado por ser una contradicción, subraya el dilema de la región: usar los recursos fósiles para impulsar un futuro más verde.
Aun así, la industria global enfrenta el riesgo de una escasez de petróleo después de 2030, lo que hace que los nuevos yacimientos sudamericanos sean vitales. La relativa economía en la producción de barriles y las vastas oportunidades que la región ofrece la convierten en un destino mucho más atractivo para los inversores que otras zonas, como las maduras cuencas de esquisto de Estados Unidos. El crecimiento petrolero de Sudamérica no solo marca un hito económico, sino que también posiciona a la región como un jugador indispensable en la seguridad energética global.
El auge de la producción de petróleo en Sudamérica no es solo una cuestión de cifras económicas; tiene profundas implicaciones geopolíticas y ambientales. Desde una perspectiva crítica, este boom podría fortalecer la posición de los países de la región en el escenario mundial, pero también podría exacerbar las tensiones internas y los conflictos por la distribución de la riqueza. El caso de Guyana es ejemplar: el rápido flujo de ingresos petroleros ha puesto a prueba su gobernanza y ha desatado preocupaciones sobre la corrupción y la distribución equitativa de los beneficios. Si los gobiernos no gestionan esta riqueza de manera transparente y sostenible, el boom podría convertirse en la «maldición del petróleo», donde la abundancia de recursos se traduce en inestabilidad social y económica.
Además, el enfoque en la producción de combustibles fósiles en un momento de crisis climática global plantea serios interrogantes. Si bien los líderes argumentan que los ingresos se usarán para financiar la transición energética, la realidad es que la explotación de estos yacimientos podría aumentar las emisiones de gases de efecto invernadero a corto y mediano plazo. Las presiones de las corporaciones petroleras, que buscan maximizar sus ganancias, podrían desviar la atención de las metas de descarbonización. La región debe balancear cuidadosamente su crecimiento económico con sus compromisos climáticos, invirtiendo de forma proactiva en energías renovables y asegurando que las ganancias petroleras beneficien a toda la sociedad, en lugar de consolidar el poder de unas pocas élites.
