
Benidorm, un pequeño pueblo pesquero en la costa de Alicante, es hoy la ciudad española con más rascacielos por habitante, solo detrás de Nueva York, lo que le ha valido el apodo de Beniyork. Con más de 80 edificios de más de 100 metros, sus playas atraen turistas de España y Reino Unido durante todo el año, consolidando a la localidad como un referente del turismo de masas mediterráneo.
Un modelo pionero de turismo
En los años 50, Benidorm tenía apenas 3.500 habitantes y su economía dependía de la pesca. El alcalde Pedro Zaragoza identificó en el turismo una oportunidad para crecer y tomó decisiones innovadoras, como permitir el uso del bikini en las playas, una medida escandalosa para la época pero que atrajo a turistas europeos, especialmente suecos. Esta audacia impulsó la economía local y marcó el inicio del modelo turístico que caracteriza a la ciudad.
El turismo también fue apoyado por la planificación urbana. Con solo 38 km², Benidorm protegió más del 60% del suelo, destinándolo a zonas verdes, agrícolas y forestales, mientras que en las áreas urbanas se construían rascacielos para aprovechar el espacio y acoger a más visitantes. El primer rascacielos, la torre Coblanca 1, se levantó en 1966, cambiando para siempre la fisonomía de la ciudad.

Infraestructura y crecimiento sostenido
La inauguración del aeropuerto de Alicante en 1967 multiplicó la llegada de turistas y permitió a los turoperadores, especialmente británicos, financiar hoteles más grandes. Hoy, Benidorm cuenta con 142 hoteles y más de 90.000 camas disponibles, consolidando su liderazgo en turismo de sol y playa. La planificación urbana priorizó la densidad, las vistas al mar y la movilidad, lo que le valió reconocimientos como «Pionero Verde Europeo del Turismo Inteligente 2025».
Aunque el modelo ha sido exitoso, enfrenta desafíos. La población fija de 74.000 habitantes se ve desbordada en verano por cerca de 400.000 visitantes, lo que tensiona servicios públicos, vivienda y movilidad. Los precios de alquiler han aumentado y la población local se desplaza a municipios cercanos, mostrando la fragilidad de depender casi exclusivamente del turismo.
La sostenibilidad futura del modelo. Expertos advierten que Benidorm necesita diversificar su economía más allá del turismo de masas, incorporando sectores como tecnología, educación o cultura para garantizar estabilidad económica y social en los próximos 30 años. La ciudad podría convertirse en un ejemplo de planificación integral si equilibra desarrollo urbano, turismo y calidad de vida local.
Finalmente, Benidorm sigue siendo un laboratorio urbano y turístico excepcional. Su historia demuestra cómo la innovación, la visión estratégica y la adaptación cultural pueden transformar un pueblo pesquero en un referente mundial. Sin embargo, el desafío es mantener este éxito de forma sostenible, evitando los riesgos de la masificación y asegurando que sus habitantes no queden relegados por su propia prosperidad turística.
