
14 de Agosto 2025.- En el sur de España, entre El Ejido y Almería, se extiende el imponente Mar de Plástico, un complejo de 32.000 hectáreas cubiertas por invernaderos visibles desde el espacio, según la NASA. Esta estructura produce alrededor de cuatro millones de toneladas de frutas y hortalizas al año, convirtiendo la zona en la llamada “huerta de Europa”. La proeza es aún más sorprendente considerando que en la región apenas llueve unos 54 días al año, lo que obligó a buscar soluciones como el uso intensivo de acuíferos subterráneos.
Este modelo agrícola intensivo ha generado un negocio que mueve cerca de 5.100 millones de dólares anuales, representa el 40% del PIB de Almería y genera alrededor de 100.000 empleos. Sin embargo, a pesar del evidente éxito económico, el Mar de Plástico enfrenta fuertes críticas por su impacto ambiental y social, desde la sobreexplotación de acuíferos hasta las denuncias de precariedad laboral en las explotaciones agrícolas.

Impacto social y laboral en el Mar de Plástico
Una parte importante de la fuerza laboral en el Mar de Plástico son migrantes, en su mayoría del norte de África, que representan cerca del 60% de los empleados. Organizaciones de derechos humanos denuncian que muchos viven en asentamientos precarios, sin acceso adecuado a agua, electricidad o vivienda digna. Algunos trabajadores ganan entre tres y cinco euros al día, y una gran parte carece de contrato formal, lo que limita su acceso a derechos básicos y perpetúa la desigualdad económica en la región.
En localidades como El Ejido, la paradoja es evidente: es una de las ciudades con menos desempleo en Andalucía, pero también una de las más pobres de España según la Fundación de Estudios de Economía Aplicada. Expertos señalan que la riqueza generada no se distribuye de manera equitativa, y que la falta de voluntad política para supervisar y mejorar las condiciones laborales es un factor clave de este problema.

Reto ambiental y búsqueda de sostenibilidad
Además del desafío social, el Mar de Plástico enfrenta un grave problema ambiental. El acuífero de Níjar, uno de los principales de la zona, ha sido sobreexplotado por más de dos décadas, lo que amenaza los ecosistemas locales. Aunque los productores afirman que han diversificado sus fuentes de agua mediante desalinizadoras y sistemas de riego por goteo, organizaciones ambientales insisten en la necesidad de reducir la producción para proteger el recurso hídrico.
A esto se suma la gestión de residuos plásticos. Los invernaderos generan unas 30.000 toneladas de plástico al año, de las cuales se recicla oficialmente el 85%. Sin embargo, estudios académicos han detectado microplásticos en zonas marinas cercanas, lo que sugiere que aún existe un margen de mejora en el manejo de desechos. La presencia de estas partículas en la fauna y flora marinas plantea un riesgo ambiental de largo plazo.
En países como los Países Bajos o Israel, la agricultura intensiva en zonas áridas ha evolucionado hacia modelos de economía circular, donde el agua se reutiliza hasta siete veces antes de ser desechada, y los plásticos son sustituidos en parte por materiales biodegradables. Implementar tecnologías similares en el Mar de Plástico no solo reduciría el impacto ambiental, sino que mejoraría la imagen internacional del sector agrícola almeriense y abriría nuevos mercados dispuestos a pagar más por productos certificados como sostenibles.
Además, expertos en desarrollo rural señalan que integrar cooperativas de trabajadores migrantes podría mejorar su situación económica, reducir la dependencia de intermediarios y fomentar una redistribución más justa de la riqueza. Esto no solo fortalecería el tejido social, sino que también aumentaría la resiliencia del sistema productivo frente a crisis laborales o climáticas.